En el jueves santo se rememora lo que se supone fue el último testamento de Jesús de Nazaret, realizado en el contexto de la cena ritual de la pascua judía. No creo que nadie sepa, a estas alturas de la historia, cómo fue aquello, en qué manera y dónde, qué dijo quién, si los suyos no estaban entendiendo nada, si hubo codazos entre ellos y tuvo que salir Jesús a lavarles los pies para dejarles bien claro de qué se trataba aquello de la actitud vital del discípulo. Sin embargo, sí sé que no tuvo nada que ver con las diversas narraciones que nos han llegado en las escrituras, aunque a través de ellas nos ha quedado fijado su testamento: haced esto en memoria mía, lavaos los pies unos a otros. A todo esto no han colaborado tantas interpretaciones teológicas realizadas a lo largo de la historia, tanto para suscitar el fervor popular, como para conseguir intereses jerárquicos, fundamentos dogmáticos y otras cuestiones similares.
El nazareno había conseguido movilizar una buena pléyade de seguidores. En aquellas épocas toda renovación religiosa implicaba cambios políticos, porque eran como las dos piernas del cuerpo social. Había comenzado en Galilea, tierra de nadie, y si quería hacerse valer, tenía que aparecer en Jerusalén. Lo del borriquito y las palmas queda muy bonito, pero yo me lo imagino como una entrada en tropel a por todas, purificando el templo de su corrupción oficial, predicando públicamente en la capital del judaísmo en las mismísimas narices de sacerdotes, juristas y sanedrines. Eso era muy fuerte y Jesús tenía la fuerza de un místico y la capacidad de convencer y arrastrar masas, pero tenía que ser consciente de que esa osadía no se lo iban a consentir las fuerzas religioso políticas dominantes.
Así que sí me lo imagino en una cena clandestina y bien a refugio porque, sí o sí, le estaban buscando. En todas las narraciones de la cena planea la traición, y van dejando caer quién iba a ser el discípulo responsable. Después de la cena aparece con sus íntimos en un huerto que venía a ser un escondite seguro para pasar la noche. Lo del sudor de sangre era una expresión muy clara para explicar el nivel de miedo o de angustia que estaba soportando y sí que creo que estaba orando, cosa que los suyos no imitaron ya que se echaron a dormir que era de lo que se trataba a esas horas.
De lo que no cabe la menor duda es que le encontraron porque uno de dentro lo vendió, Judas o quien fuera, y que apareció como quien no quiere la cosa para unirse al grupo y señalar quién era Jesús, porque el tropel que venía detrás no le conocía, no sé si besándole o señalándole sin más. Y a partir de ahí hay visos de que allí hubo más que palabras entre los discípulos, que, al menos algunos, iban armados y la tropa. Entonces la reacción de Jesús es entregarse para dejar libres a sus discípulos y evitar un baño de sangre.
Con toda la movida de la detención y los supuestos tribunales, la condena, la crucifixión, los seguidores quedan dispersados, pero Jesús ya había dejado sellada la clave para mantener su doctrina y su renovación religiosa en marcha. Y gracias a que los suyos la mantuvieron ha llegado su noticia hasta nosotros, a pesar de todos los avatares históricos: cismas, persecuciones, dogmatismos, corrupciones, guerras, inquisiciones, sectarismos...
Ya sé que las procesiones y demás espectáculos populares para celebrar la semana santa, se deben situar en el plano de los sentimientos que está en otra esfera de les hechos históricos, de la fe y de las exigencias del seguimiento de Jesús. Lo peor del tema es que con el tiempo, como todo en esta sociedad de consumo y de poner a la venta hasta lo más sagrado, se han convertido en un activo fundamental de la industria del turismo. O sea, que se negocia con la fe, con la historia y con las manifestaciones sinceras de los sentimientos y de la religiosidad popular. Cochino mundo este.
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