Lunes 16 de septiembre, sanqueremos para comprobar la salida propuesta por el grupo 3: Bolintxu. Un recorrido de lo más variado y no muy exigente: tramos de parques, tramos de carretera, pero con acera, y zona selvática que nos obligó a extremar los cuidados en la marcha. Salimos a las 9 horas en el metro hasta Bolueta. Accedimos a Monfuerte, que estaba radiante con toda la vegetación brillante por la humedad de la madrugada y por el día luminoso de sol que tuvimos la suerte de disfrutar. Atravesamos la zona del parque que baja hacia Ollargan y bordeando la carretera que conduce al centro de Arrigorriaga, llegamos a la desviación al barrio de Buia. En un momento dado el guía quedó desconcertado por los numerosos coches que había aparcados a atravesar el segundo túnel, dato que no constaba registrado en su memoria de la visita anterior. Tras idas y venidas y preguntar a un corredor, el susodicho se aclaró por fin al encontrar la dos piedras de buen tamaño que señalizan el acceso a la subida a la cascada de Bolintxu.
Llegados a este punto se informó al personal de que había dos caminos: uno por el borde del arroyo entre palos, raíces y barro, con las dificultades consiguientes, y otro por la parte superior que es una senda normal de monte. Solamente una persona optó por la segunda opción. Ya desde el inicio del sendero da la impresión de que te has trasladado a otro mundo ajeno al asfalto de cada día, envueltos en una vegetación espléndida y con una notable sensación de humedad. El arroyo bajaba canatarín con bastante agua, lo que hacía suponer que la cascada estaría bonita. Todo un espectáculo, pero que exigía un notable esfuerzo para no perder el equilibrio y hacer mil y una jerigonzas para pasar por senderillos estrechos y resbaladizos. Nos llamó la atención la cantidad de árboles caídos que obligaban a humillar el espinazo cada poco. Por fin la llegada a la cascada parecía todo un triunfo, llevaba bastante agua ofreciendo un bonito espectáculo de imagen y sonido, e hizo de telón para una infinidad de poses fotográficas, incluidas, claro está, las de grupo.
El bocata, fruta y demás adminículos propios de los tentenpiés tuvieron que servirse de pie y con cuidado de dónde se dejaban las cosas. Y es que no se puede pedir todo de golpe en la vida. Subimos al sendero de arriba para el regreso, que se había formado aprovechado la infraestructura de la toma de agua del antiguo embalse. Nada que ver con la aventura anterior, pero sin desdecir el espectáculo de vegetación que también ofrece. Bajamos directamente al barrio bilbaíno de La Peña y atravesando el gran parque del que disfruta, acodado al río, pasamos a la otra margen por el primer puente de la senda de Los Caños. De allí al metro en un periquete. Los y las de la comida cogieron el de Plentzia para no perderse la fidelización con el restaurante de Erandio y los demás a casita.
Este lunes tuvimos suerte de verdad con el tiempo, que dio pie a que disfrutáramos aún más de la salida. Para mí lo mejor del paseo fue el espectáculo de ver y experimentar que las dificultades sacan lo mejor de nosotros mismos. Atentos a ayudar a quien tenía más dificultades, avisar, sujetar, sin prisas por llegar, pero atentos a que nadie sufriera algún percance -excepto un par de culadas, qué le vamos a hacer-. Daba gusto sentirse en el seno de un grupo tan dispuesto y es que estuvimos de sobresaliente. Eso sí, me temo que si algún año volvemos, no todos o todas optarán de nuevo por el sendero bajo.