miércoles, 25 de marzo de 2015

¿INTOCABLE? sí, por favor.

Su santidad se ha presentado en las entrañas de la camorra napolitana y les ha leído el catecismo a los mafiosos, a los corruptos y, de paso, nos ha descrito el perfume generalizado de esta sociedad que componemos y que nos toca sufrir. No se han podido decir más verdades en tan poco tiempo, en el lugar más adecuado, en un lenguaje que entiende todo el mundo sin pelos en la lengua y dirigido directamente al corazón y a las entrañas de los que más están sufriendo las consecuencias de la fractura social y de los excesos del poder. Se puede decir que todo lo que dijo son obviedades y que no descubrió nada nuevo. Sin embargo, lo más importante es quién lo ha dicho alto y claro. El problema de la iglesia ya no es la ortodoxia de los teólogos, las normas de moral sexual, ni los asuntos del clero, sino que "hay gente que no puede llevar el pan a casa", hay obreros mal pagados y sin derechos, hay corruptos a los que no se les puede permitir llamarse cristianos, hay inmigrantes que mueren en el Mediterráneo... Esta es una doctrina evangélica válida para católicos, ortodoxos, musulmanes, agnósticos... Así se puede tomar uno en serio la dichosa infalibilidad del papa, que nos está llamando a arrebato para ponernos las pilas.

Si nos tomamos por un momento como válida -pero sin que sirva de precedente- la metáfora de que el obispo de Roma es el representante de Cristo en la tierra, nos estamos encontrando con dos representaciones de Dios totalmente contrapuestas. Benedicto XVI heredó de Juan Pablo II la grandiosidad de los gestos, el movimiento de masas y los candados doctrinales. Luego él lo completó con una imagen carolingia, unos discursos pulcros y de elevado contenido, unas liturgias de gran boato y hasta libros de profundidad teológica. Eso sí tuvo las agallas de retirarse cuando la podredumbre de la curia se puso irrespirable y le hizo aterrizar en el suelo, pero se sintió inútil para arreglarla. Francisco viene de Latino América, habla desde el corazón y del sentir de la gente, evita los palacios y las vestimentas pomposas, anda en zapatones, charla con los parroquianos, nos pide que le bendigamos, llama a los pederastas por su nombre, pone en su sitio a jerarcas y obispos que están dando el cante, celebra con reclusos, visita barrios chabolistas y canta las verdades desde el parlamento europeo o desde las tragedias de Lampedusa. 

Detrás de estas dos figuras no me quedo en que mira qué majo es éste o qué antipático era el otro. Hay dos maneras contrapuestas de ver a Dios. El primero nos mira desde el cielo nos impone doctrinas, nos guía para que nos salvemos si cumplimos todo lo que nos dice, aunque no entendamos sus doctrinas o nos fastidie su moral. El rige desde arriba el universo porque lo sabe todo y lo puede todo, aunque no entendamos sus divinos designios, que a veces nos sientan fatal. La segunda manera nos deja ver a Dios aquí a ras de tierra entre nosotros y dentro de nosotros, preocupado por lo nuestro, sufriendo con los que sufren y deseando vida para todos, pero respetando nuestra libertad e impulsándonos a que arreglemos los desastres y completemos su obra. Así se puede creer que la encarnación de Dios no acabó en Jesús de Nazaret, sino que se sigue haciendo aquí y ahora. 

Pero, por favor, cuídese Francisco, que menudo polvorín tiene usted debajo del sillón de Pedro. Los jerarcas de la iglesia están incómodos, la gente de las llamadas democracias cristianas garraspean y le miran de reojo y, por si fuera poco, no deja de meterse con las mafias... Ya que no nos tragamos aquello del ángel de la guarda, algo tendremos que hacer para que usted sea intocable. Santidad ¡Olé  sus huevos!