sábado, 19 de mayo de 2012

Cada cosa a su tiempo

El pasado día 12 de mayo se celebraba el día internacional del mercado justo. Para celebrarlo las ONG que se dedican a ello pusieron unas carpas en el Arenal bilbaíno para exponer sus productos conjuntamente y para invitar al personal paseante y demás curiosos a degustar productos típicos, como café de Colombia, mojitos cubanos o té berebere. También tuvimos que responder a las preguntas que los grupos de chavales nos hacían para rellenar una serie de fichas. Se trataba de actividades organizadas para sensibilizar a los pequeños. María y yo cerramos los turnos en el stand de la Fundación Vicente Ferrer, aunque también colaboramos en las ventas de los que estaban al lado. Me siento bien participando en estas iniciativas de venta de productos artesanales, porque así colaboro en dar vida a unas mujeres que estaban destinadas a malvivir y a morir abandonadas por delitos como éstos: haber nacido mujer en la India, pertenecer a la casta de los intocables y, por si fuera poco, ser discapacitadas. Es un pequeño gesto que en sí no tiene mayor transcendencia, pero lo importante es que no está aislado sino que pertenece a un engranaje solidario que va más allá de nuestra vista hasta llegar a la India. Uno siente que colabora en crear pequeños espacios de vida y que se los roba a la injusticia globalizada que está fagocitando el mundo sin dejar resquicio alguno a la esperanza.

A eso de las 8 de la tarde comenzaron a llegar los indignados y se fueron concentrando en la plaza del Arriaga. Desde nuestro puesto se escuchaban, aunque no se entendían las palabras, los discursos y las arengas contestados con entusiasmo por los asistentes entre slogans, aplausos y tremendas pitadas. Claro que tenía ganas de participar en ese acto, pero seguí en mi sitio y le dejé a una compañera joven que se fuera. Estoy de acuerdo en que hay que mantener ese rescoldo de protesta porque siempre será un caldo de cultivo que pueda dar llamas auténticas en generaciones futuras. Creo que debe permanecer como un movimiento de protesta y de denuncia, no tiene por qué dar alternativas políticas ni económicas. Su función es ser, por una parte, el pepito grillo de los políticos y de los magnates de las finanzas y, por otra, un despertador que no permita que la gran masa silenciosa siga convertida en un rebaño dócil y resignado. 

Si hubiese tenido en estos momentos 30 años menos estoy seguro de que ni me hubiese enterado de que por allí había unos puestos pidiendo solidaridad. Estaría metido de lleno en la movida de la protesta y, me temo, que no muy lejos de los micrófonos. Pero da la casualidad de que no tengo esos años de menos por lo que creo que el día 12 estuve en mi sitio, sin que por ello renuncie a sentir y a compartir lo que se decía y se reivindicaba en la manifestación. De ahí el título, en este tiempo de mi vida tengo que poner mis cosas y mis acciones en el lugar que les corresponde, aunque no sea tan destacado o arriesgado como en otros tiempos. Eso sí, seguiré dando testimonio de mi fe y de mis convicciones aunque sea en pequeñas acciones desde un contexto de retaguardia, como parece que nos va imponiendo el inexorable desgaste de los años.