martes, 13 de mayo de 2014

A propósito de canonizaciones

Desde hace mucho tiempo, una vez perdida la inocencia o la credulidad en las que nos educaron en el nacionalcatolicismo, me ha parecido que era necesario poner bajo seria sospecha al santoral. En tan selecto club se dan unas condiciones de entrada muy restrictivas, tanto desde la perspectiva económica como desde la categoría social. Vamos, que aquí como se decía antiguamente el que no tiene padrino no se bautiza. Padrino con billetera bien pertrechada y con grandes intereses en vender la imagen del candidato, porque de su canonización va a sacar rédito seguro, si no en dinero, sí en prestigio o en defensa de su estatus, de sus intereses políticos o de sus ideas. En lo referente a la categoría de sus candidatos habría que poner un título similar al que se puede leer en ciertas inmobiliarias de pisos de lujo "abstenerse laicos, no titulados y plebeyos". No deja de ser chocante la proporción abrumadora de papas, obispos, reyes, fundadores, abades, abadesas, religiosos y demás cohortes clericales sobre los laicos. Y algunos de éstos no dejan de ser inventados para ser referentes de cierto tipo de vida piadosa o para convertirlos en talismanes protectores y milagreros. 

S. Isidro, por ejemplo, el labrador piadoso que invitaba a rezar a todos los agricultores aunque tuvieran que dejar la labor para ello. No creo que exista ninguna certificación de su existencia y lo de los ángeles con el arado... Santo Domingo Savio fue el prototipo del joven casto, obediente y sumiso que se necesitaba en su época. D.Bosco, que era bastante más pillo que santo, se inventó una biografía aprovechando el nombre de un jovencito anónimo que murió prematuramente y en la que describió su ideal de virtud, a lo que Pío X accedió gustoso canonizándolo. Tomás Moro es santo porque había que darle en la cara al rey Enrique. Si no se hubiera dado la escisión de la iglesia anglicana, nadie se hubiese preocupado de canonizarle ni de ensalzar sus virtudes. Son tres ejemplos de distintas épocas que se me han ocurrido a vuela pluma. No digamos ya los que pretenden canonizar a Isabel la Católica. Me gustaría saber en qué mundo están pensando a estas alturas del siglo XXI. O lo chocante que pueda parecer para gran parte de los fieles la canonización de Escrivá de Balaguer, aunque ésta sí que no contiene ningún misterio. Y así se podría escribir una biblioteca entera.

Es lógico que los sectores más tradicionalistas de la jerarquía católica estén entusiasmados con la canonización de Juan Pablo II, que quiso uniformar a la iglesia universal según el modelo del nacionalcatolicismo polaco. No voy a negar sus excelentes cualidades y su fuerte personalidad, pero en otro tipo de sociedad se le tendría considerado como un verdadero dictador, censurando pensamiento, imponiendo normas morales y eliminando, aunque no cruentamente, a los disidentes. Su capacidad de teatralización y su facilidad de comunicación podría dejar pálido al mismísimo Hitler. Por otra parte, Juan XXIII siempre ha suscitado la simpatía de un abuelo bonachón y atrevido que intentó poner patas arriba la Iglesia y que todo el mundo se lo ha reconocido, pero si no se hubiese dado la necesidad de encender una vela a Dios y otra al diablo para tener a todos contentos o si no hubiese en Roma un Francisco ¿hasta cuándo habría que haber esperado para su canonización?

El sistema de canonización está fuera de toda lógica, cuando solamente se basa en supuestos hechos e intervenciones sobrenaturales, mientras aquí estamos jugando en la división del mundo real. Creo que a estas alturas del siglo XXI es necesario que se vaya reconociendo otro tipo de santos y que, incluso, no sea necesario ponerles altares ni esperar de ellos favores o milagros portentosos. Existen muchas vidas de creyentes en las que podemos ver hecho realidad y carne el Espíritu que Jesús nos transmitió. Son estos ejemplos los que arrastran y nos transmiten vida y esperanza a los que aún estamos en el tajo, porque son como nosotros, han tenido que pasar penurias, fracasos, decepciones y dudas similares a las nuestras, pero nunca perdieron la confianza y la capacidad de amar. Más santos de éstos, por favor. Los personajes importantes ya tienen muchos libros de historia, pero no nos sirven para guiarnos en la búsqueda de un proyecto de sentido en nuestra vida.