miércoles, 14 de noviembre de 2012

TAMBIÉN HAY BUENAS NOTICIAS

Llegaba justo a la parada del bus para bajar a Lutxana. Alguien me llamó por detrás. Me di la vuelta y me topé con un mocetón guaperas de 1,90 que se me echaba encima sonriente. Era N. Ya solo el cariño con que me comenzó a hablar fue suficiente para alegrarme la mañana. La pena fue que nuestra conversación tuvo que ser  telegráfica porque venía el autobús de línea. Sacó el móvil y me cogió el número. Esto no puede ser, me dijo, hace demasiado tiempo que no nos vemos. Hay que quedar a comer antes de Navidad. Y aquí estoy esperando esa llamada. Estoy más que seguro de que va a llegar porque le conozco de sobra.

N estuvo con nosotros en el hogar municipal donde trabajaba yo. Era un niño menudo, tirillas pero con una energía y una mala leche que no le cabía en el cuerpo. Era increíble la facilidad con que se enfadaba por cualquier cosa. Siempre tenía cara de estar alerta y sus miradas podrían taladrar a quien se le pusiera delante. La convivencia resultaba difícil con él, pero donde llegaba al culmen de los cabreos era jugando al fútbol. No podía aguantar perder, ni siquiera que le quitasen el balón y, no te digo nada, si le pitaban una falta. O se iba enfurruñado o acaban echándole. En eso siempre fue incorregible. Sin embargo creo que esa energía le ha servido para abrirse paso en la vida porque su historia no se lo puso nada fácil.
En este arbolado había una zona de chabolismo
donde vivieron

Estaba acogido en casa de su abuela junto con otra partida de primos suyos. Era una familia castigada por la ola de heroína que sacudió Barakaldo en los años 80. Dejó el hogar cuando su madre terminó un programa de desintoxicación. Tuvo la suerte de contar con un ángel de la guarda con galones de capitán general. Una familiar suya les fue ayudando a colocarse en su empresa y poco a poco, tanto él como su primo Z -que también estuvo en el hogar por razones similares-, se han ido asentando en el funcionamiento de la misma, hasta llevar en estos momentos cargos de responsabilidad. El notición es que en estos momentos de desesperación para tantos jóvenes no les falta trabajo e, incluso, han empleado a compañeros que compartieron hogar con ellos.

Me he acordado del profesor Barudi, cuando me dijo después de una conferencia que, por muy mal que veamos las cosas o nos parezca imposible que un caso salga adelante, los educadores no debemos desfallecer. Cualquier aporte positivo que los menores hayan podido percibir, en el terreno afectivo o por la atención que se les haya prestado en el día a día,  puede ser decisivo a la hora de tener la suficiente resiliencia para salir adelante. Nunca lamentaré lo difícil que fue tratar a este chaval, pero el tiempo y la energía que tuvimos que dedicarle ha servido. Noticias como ésta ayudan a no hundirnos en este túnel del pesimismo imperante y a no tirar la toalla por escasos que sean los resquicios de esperanza que se puedan ver hoy..