El viernes por la tarde volvíamos en el metro María y yo, cuando nada más entrar en el vagón oí una voz bronca que me llamaba. Era E hecho un mocetón. Para sorpresa mía noté que por su indumentaria, su aspecto y la mochila que llevaba parecía regresar a casa de su trabajo. Fue lo primero que le pregunté después de devolverle el saludo y, en efecto, me dijo que sí y me presentó a su compañero de trabajo que iba sentado a su lado. También él se interesó por mi vida. Se alegró de que me hubiese jubilado y de que ya no seguiría dando la brasa a la gente que no quería ir a clase. Me hizo gracia su observación y le recordé que teníamos una caña pendiente. Se sorprendió de que aún me acordase de lo que yo le solía decir y me contestó que estaba hecho. Le fui observando durante el trayecto y mantenía un tono vitalista, de hecho, no calló hasta que su colega se bajó en Cruces. Como era de esperar, con su vozarrón y su falta de control iba radiando lo que le contaba para la mitad del vagón. Cuando se fue el compañero, se levantó y ofreció galantemente los dos asientos a dos señoras que iban de pie. Se dio cuenta de que yo le miraba y me guiñó el ojo como quien dice ahí queda eso. Nunca he dudado de que era un buen tipo, aunque su historia le haya llevado por caminos poco favorables para él. En ésta, como en una de mis anteriores entradas decía, la vida juega a cara o cruz nada más nacer. Lo digo porque E es de la misma edad y del mismo mes que mi hija.
![]() |
Embarcadero de Erandio, por donde se escaparon |
He considerado de siempre a este chaval como una víctima de maltrato integral. Comenzando por su familia, siguiendo por todos los centros por los que pasó sin que nadie le hiciera caso y, para terminar, una vez que pusimos el caso de desescolarización ante la autoridad competente, nadie quiso tomar cartas en el asunto. Así que se podrá comprender la grata sorpresa que me produjo el comprobar que tenía algún trabajo. Eso sí, intentaré localizarle para ver qué clase de trabajo es y, sobre todo, para que me cuente cómo le va la vida. En conclusión, qué fácil resulta a muchos profesionales de la enseñanza o de los servicios públicos ejercer de bienpensantes y estigmatizar a algunos alumnos que no son de su agrado o a sus familias,para luego mirar hacia otra parte. Esos chavales y chavalas tienen derecho a una vida digna, por lo que necesitan más de atención que la mayoría, ya que lo que han tenido desde su infancia han sido malos tratos y desatención. Les ha tocado ser supervivientes, que no es un papel fácil de desarrollar en el teatro de la vida, y para eso hacen faltan dosis especiales de resiliencia, que no llueve del cielo precisamente.