lunes, 15 de febrero de 2016

Consenso sí, pero ¿para qué?

Ante este impás político en que nos encontramos, en el que unos no encajan haber perdido, aunque hayan ganado, y otros que pretenden ganar, aunque hayan perdido, el panorama que se le presenta al ciudadano medio es un tanto desconcertante. Por un lado el partido saliente nos amenaza que sin ellos los mercados y los poderes económicos se van a enfadar y nos vamos a enterar de lo que vale un peine. Y a uno le queda la pregunta de si los dichos poderes son los que han votado o si hemos sido los ciudadanos. Claro que si tienen el poder suficiente para invalidar las votaciones, pues en adelante no votamos y que nos digan lo que tenemos que hacer: cuánta gente tiene que mal vivir en la miseria, cuántos mayores se tienen que morir antes para que sean un gasto más, cuantos jóvenes se tienen que marchar... y así sucesivamente. Se llama a la sensatez pactando un consenso de los grandes partidos para que la situación no se altere y el país disponga de un gobierno sólido. No se entiende, por parte de los interesados, cómo se puede rechazar una propuesta tan razonable y tan responsable. Por mi parte presento la pregunta que pongo de título ¿Para qué queremos un consenso que solamente va a consistir en más de lo mismo, solo que un poco edulcorado?

Por otra parte tenemos a los partidos y grupos que dicen estar dispuesto a organizar un gobierno alternativo para solucionar los desastres sociales del anterior. Todos dicen que están dispuestos a entenderse pero solamente si les dan la razón en todo o se aceptan sus condiciones y, de paso, si consiguen un trozo razonable de pastel. Se ha puesto de moda lo de las líneas rojas, las incompatibilidades... Tienen un argumento claro: las urnas han dicho claramente que queremos un cambio y que, según proclaman, ellos son los elegidos para llevarlo a cabo. Sin embargo, con el galimatías que están montando no están estimulando precisamente la esperanza de los que desean ese cambio, porque se ve imposible que lleguen a un consenso. Entonces volvemos a la misma pregunta desde el otro punto de partida ¿Para qué queremos un consenso que solo sirve para contentar las aspiraciones de cada grupo?

Creo que falla una perspectiva de base por ambos bandos. El fundamento de la cultura democrática está mucho más allá de los consensos o de los acuerdos y de los discursos pomposos. Estos no son sino consecuencias de la misma y pueden ser válidos en la medida que responden a los objetivos de la democracia: el servicio a todos los ciudadanos. A todos, no solo sin excepción, sino poniendo en primer lugar a los que han sufrido o siguen sufriendo en sus carnes las desgracias y las consecuencias de la injusticia institucionalizada por los poderes técnico económicos. Los indefensos son la razón última de ser la democracia y de la cultura que la hace posible. Y en estos momentos da la impresión de que ni los primeros ni los segundos se han enterado de por qué y de para qué están ahí: arreglar esto con medidas democráticas.

"La distancia entre ricos y pobres ha crecido y en 2015 el 1% de la población concentró tanta riqueza como el 80% de los más desfavorecidos. La fortuna de sólo veinte personas en España alcanza un total de 115.100 millones de euros", explica el informe.
En este sentido, España es el segundo país de la Unión Europea en el que más ha crecido la distancia entre rentas altas y bajas, sólo por detrás de Estonia, y entre 2007 y 2014 el salario medio español se desplomó un 22,2%.
Además, según los datos de la OCDE, los hogares más desfavorecidos son los que han sufrido una mayor caída de los ingresos durante la crisis, y el salario de los más ricos es 18 veces superior al del 10% más pobres.(Oxfam Intermón)