sábado, 11 de junio de 2011

¿Un final inesperado?

Todo empezó en una relación que nadie entendimos. Ella procedía de una familia deshecha por culpa del alcohol y las desaveniencias, por lo que tuvo que pasar parte de su infancia y de su adolescencia en un centro de acogida de menores regentado por religiosas, en el que se encargó muy mucho de hacerles la vida imposible. Era una manipuladora genética con una capacidad fuera de serie de engañar y de trafulcarlo todo. El era un niño no deseado, abandonado por ambos progenitores que sobrevivió en casa de los abuelos hasta que éstos murieron y se quedó solo, con la única atención de una trabajadora social que le ayudó a mantener la casa y a que se buscara un futuro. No sé dónde comenzó la relación entre ambos. Solamente sabemos que lo bailó como una peonza a su antojo y que su tempestuosa relación fue digna de un novelón del pelo de Cumbres borrascosas. Y cuando menos se lo esperaba apareció T en el mundo lo que terminó de embrollarlo del todo. Ella dejó el medio trabajo que tenía, él desapareció y la hertzaintza tuvo que recoger varias veces al niño abandonado de noche porque su madre estaba como una cuba. Diputación entró en escena y asumió la guarda y custodia del bebé, lo que terminó por desquiciar a la madre que se quitó de en medio de forma un tanto trágica.





Como suele suceder en casos como éste, Diputación concedió la tutela al primer familiar del menor que levantó el dedo para ofrecerse. En este caso fue la abuela materna, con lo que se ponía en marcha el mismo mecanismo que acabó con su madre en un internado. T pasó por centros de día, clubs de atención a menores, trabajadoras sociales y mil historias de ese pelo, dado que su abuela tenía una gran capacidad de hacerse la mártir y de sacar ayudas hasta de un usurero. Daba la imagen de un niño simpático y movido aunque el fondo de su sonrisa solía estar teñido de un tono triste. El primer pinchazo llegó cuando tuvo que repartir cuarto de primaria. A partir de aquí comenzó a tener conductas de un nivel considerable de conflicto. La llegada a la adolescencia, como era de esperar en casos como éste, fue apoteósica: conflictos continuos en casa, en el instituto, faltas de asistencia en clase... Lógicamente el callejeo continuo y el pandilleo con lo mejor de la feria fue el paso siguiente.




Llegó un momento en que la abuela tuvo que pedir auxilio porque ya era incapaz de soportarle. Ni siquiera podía saber dónde pasaba las noches. De nuevo Diputación le recogió en un hogar en el mismo Barakaldo, lo que supuso un nuevo error dado que la abuela no hizo más que interferir y los educadores se lavaron las manos ante semejante dislate. El absentismo se convirtió en norma habitual de su conducta mientras los responsables del hogar miraban para otra parte como si la guerra no fuera con ellos. La educadora y la tutora del instituto se implicaron a fondo para evitar que perdiera la escolaridad y salvara unos mínimos de normalidad en su vida. El caso fue tan cantoso que la comisión municipal de absentismo elevó una queja al diputado de Acción Social ante la desatención de T. Todo este torbellino acabó con T en programas de desintoxicación. Después fue una tía la que levantó el dedo y se responsabilizó de tutelarle. Mejoró en algo su conducta pero acabó escapándosele de las manos.




En el instituto le derivaron al programa de complementarias de Somorrostro como quien le busca la panacea de la educación. Otro craso error. Ese programa solamente se impartía por la tarde y a quién se le iba a ocurrir que un tipo del estilo de T iba a dejar de estar con sus colegas y sus movidas para ir a clase. Me entrevisté con él varias veces en casa de la tía y charlamos largo y tendido en la calle porque, entre las piras y que no paraba en casa, me lo topaba cada poco tiempo. Siempre se mostraba receptivo pero había algo extraño dentro de él que le llevaba inexorablemente al desastre y a caer en manos de los más desaprensivos del entorno. Me partía el alma el verle desorientado quemando su adolescencia y el percibir todo el sufrimiento que llevaba dentro aunque quisiera hacerse el fuerte. Motivos no le faltaban.





Hacía mucho tiempo que le había perdido de vista. La única noticia que tenía de él es que era novio de E una antigua compañera de curso de mi hija y que seguía enganchado a los canutos. La semana pasada, según salía de trabajar, noté que alguien me llamaba con tono alegre. Me volví y me topé con la sonrisa burlona de el trastos que iba del brazo de su novia -ambos exalumnos del cip y de los que tendría otra página para escribir- Con ellos iba un tercer chico en el que no no me fijé porque estaba hablando con la pareja e interesándome por su criatura. "¿Qué pasa te vas a ir sin saludarme?" Vaya chasco que me llevé, era T y no le había reconocido. También él salía de trabajar pero no me dio tiempo ni a preguntarle dónde porque inmediatamente me espetó que estaba en la EPA y que había decidido sacar el graduado en ESO. Era un viejo desafío que yo le había planteado y que en su día dio por perdido. Nunca me han restregado en la cara algo y me he sentido tan feliz. Aunque cuando estos fichajes te cuentan estas cosas siempre hay que tener en cuenta que tienen un arte especial para decirte lo que quieres escuchar, me quedó una buena sensación. Algo había cambiado en su mirada que me llamó la atención y la misma expresión corporal daba una sensación muy distinta a la que yo recordaba. No he querido renunciar al regustillo de creer que ha mejorado su vida. De todos modos voy a intentar retomar mis charletas con él, para ver si ha podido enterrar algunos de sus fantasmas del pasado que le han herido desde su infancia. Y, si me deja colaborar en el intento, seré el educador más feliz de la tierra.


Aquí mismo fue el encuentro