sábado, 24 de julio de 2021

Viste viejo ¡¡qué quilombo!!

 


Esto de la pandemia es una caja de despropósitos. No es solo que las cosas se estén haciendo mal, más aún, los que las hacen no son los que las tienen que hacer. Un presidente que ha emprendido una huida hacia adelante, sin encomendarse a Dios ni al diablo. Suspende el estado de alarma cuando nadie se lo había pedido y sin consultar a las otras administraciones a las que les empluma toda la responsabilidad, dejándoles a la vez en pelota picada en el tema de las capacidades jurídicas. Por si fuera poco, anuncia de la noche a la mañana que nos podemos quitar la mascarilla en los exteriores, cuando se ve que la nueva cepa del virus está campando a sus anchas. De la misma, caldea el ambiente con un cambio de gobierno dedicado a gestionar la pospandemia.

O sea, para él las estadísticas alarmantes por el ascenso de los contagios ya no existe. Ha dejado a una buena señora para que dé la cara, para que nos repita por activa y por pasiva que las autonomías tienen recursos para afrontar la situación -aunque sabe que no se lo cree nadie- y que, de paso, reciba los palos y todo tipo de lindezas. Y no te lo pierdas, ahora el presidente se va a USA a negociar con los magnates de la tecnología y de algunos fondos buitres para buscar inversiones.


A todo esto la oposición ha pasado del todo de la pandemia y se ha dedicado sistemáticamente a hacer campaña electoral, made in PP -váyase señor González, váyase señor Zapatero, dimita señor Sánchez y convoque elecciones-. Ante una quinta ola del virus se nos habla de elecciones, vaya tela. Una vez más España es diferente: en la mayor parte de los estados europeos la oposición a cerrado filas para atacar la pandemia, o al menos no ha puesto palos en las ruedas. Aquí para la oposición ha sido la herramienta perfecta para desprestigiar al gobierno dentro y fuera del país, y para intentar derribarlo.

Los presidentes de las autonomías se están volviendo locos porque les han endilgado unas responsabilidades sin los recursos necesarios para realizarlas. Y aquí viene lo mejor: todos sabemos cuáles son las medidas que mejor han funcionado en las olas anteriores, pero, si las aplican ahora, vienen los jueces y dicen que no pueden tomarse por aquello de que la legislación vigente pone por delante los derechos personales. O sea, que tenemos una legislación que no tiene en cuenta los derechos colectivos, como en este caso en que se trata de la salud pública y de la vida de muchos ciudadanos. Por si fuera poco, hay jueces que sí permiten algunas medidas y otros que siguen cerrados en sus trece. Toda una lotería


El dislate final viene cuando el tribunal constitucional, formado por jueces que están fuera de la constitución porque tendrían que haber sido renovados hace tres años, declara ilegal el primer confinamiento, que resultó ser una tabla de salvación para frenar los contagios. Increíble pero cierto. Así están las cosas. Los virólogos y médicos son los que saben del tema, pero nadie les hace caso. Los políticos tienen que encender una vela a la salud pública y otra a salvar la economía. Al final resulta que los que deciden cómo llevar lo de la pandemia son los jueces que aplican una legislación totalmente trasnochada e inapropiada para esta situación de pandemia global. Menos mal que los sanitarios nos están sacando de apuros, una vez más, y la vacunación va a todo trapo, salvo en alguna excepción. Lo dicho, un quilombo, con permiso de los argentinos.