martes, 28 de septiembre de 2021

Cargando pilas


A pesar
 de que al comienzo de agosto me surgieron algunos inconvenientes que nos obligaron a retrasar la salida a Quintanilla, he de confesar que, visto desde ahora, sí hemos podido cargar las pilas en este verano. En realidad no ha sido un verano normal desde el punto de vista de la meteorología. Ha habido días que casi encendemos la calefacción. Eso y contando con más sombra, porque los árboles están sin podar, nos hemos encontrado con que la campita no se ha agostado, lo que es de agradecer. También hemos tenido alguna sorpresa agradable. 
Este año uno de los ciruelos, el más joven o el menos viejo mejor, nos ha sorprendido y nos ha regalado una buena cosecha de ciruelas, así que hemos vuelto a hacer la mermelada tradicional. Hubiésemos tenido para dos tandas de botes, pero una avería en el coche no nos permitió subir el finde siguiente y se maladaron en el suelo. El avellano está también lleno y  parece que las avellanas van siendo más grandes que las de años anteriores. Se ha puesto inmenso, igual que el cerezo, porque este año no se ha podido hacer la poda, así que voy a tener poda para rato este invierno.


Nos encanta tener vivo el terrenito delantero de la casa, pero no nos da para poner flores, que exigen una presencia más constante para su cuidado. 
Andamos intentando conseguir un plantel de brezo de distintos colores, así que en nuestros paseos hemos ido seleccionando brotes por el campo. También se ha propuesto María aumentar la plantación de romero. Me ha tocado cortar algunos esquejes de los que tenemos, que se están adueñando de su espacio y están impresionantes. A su lado la hiedra que plantamos junto al tocón de la raíz se está expandiendo entre las piedras de la base y está haciendo sus clásicos dibujos en el muro. Nos queda aprovechar el hueco que han dejado las lavandas, para lo que hemos decidido poner cotoneaster horizontalis. Con todos ellos María está montando todo un vivero con botes para poner los esquejes en agua, por aquello de que echen raíces.


Hemos tenido unos ocupas muy activos en este verano. A falta de uno han sido dos los nidos de vencejos que hemos cobijado en el alero trasero de la casa. Como era de esperar nos han dejado la ventana de nuestro dormitorio y un buen cuadro del patio trasero pintados de negro y blanco. No he visto tal cantidad de vencejos desde que estamos en el pueblo. Había momentos en que no se veían los cables de la zona porque estaban llenos de vencejos posados. De repente, como si hubiesen tocado el timbre, se montaba una nube de ellos con movimientos vertiginosos, hasta que desaparecían. Sigue siendo curioso a qué velocidad se acercan al nido para dar de comer a  los polluelos sobre la marcha sin que necesiten parar.

También hemos podido comprobar que tenemos otros inquilinos, a los que no les cobramos el alquiler: una pareja de tordos que se han refugiado entre los setos. Alguno de los gatos que frecuentan nuestro terreno ha intentado echarles el diente pero no lo ha conseguido. Están  unos colilargas de cabeza blanca que exhiben su gama de grises, con su andar de señores importantes moviendo su cola. Los que no faltan nunca son otros que no sé cómo se llaman, pero son muy llamativos: negros por la cabeza y se va diluyendo en grises de más a menos oscuro, hasta que acaban en la cola de un anaranjado vivo, que destaca sobre todo cuando vuelan. Éstos inquilinos son los que se encargan de pintar en negro y blanco las portillas, las barandillas o la terraza. Me he quedado un tanto frustrado porque este año no han aparecido los jilgueros. Tienen por costumbre mis amigos los cárabos dejarse oír en lo profundo del bosque en agosto, pero hasta setiembre no he podido escucharles y en escasas ocasiones. Para suplirlos, he tenido la oportunidad de escuchar en dos ocasiones al pájaro carpintero en los robles de atrás, mientras trasteaba en el patio trasero.

Me ha encantado sentirme envuelto en esas expresiones de vida, tanto vegetal como animal, después de tantas malas noticias de muerte con que nos bombardean diariamente. También nos hemos sumergido por el monte Hijedo, por el hayedo de Carrales, por las matas de Llano y de Bimón o por los pastizales de Pinadero, abriéndonos paso entre las vacas que nos contemplaban pasmadas. En nuestro último paseo hemos vuelto a la zona de la Chernolica, para admirar sus muros retorcidos y policromados y para recorrer sus fantasmales roquedos. Hace años edité en este blog una entrada mostrando este paraje, con unas reflexiones personales que hoy me son más válidas que entonces. Lo dicho, cargando pilas que buena falta nos va a hacer.