domingo, 25 de julio de 2021

Restos romanos de Elexazar

 


A principio de mes mi colega Orencio estaba intrigado porque había encontrado información sobe unos restos romanos en la zona de Amurrio. Así que nos pusimos en camino. Tras el desconcierto inicial que no puede faltar en ninguna salida nueva, a pesar del mapa casero que había preparado, llegamos a la ermita de S. Roque. Está situada junto a una área recreativa que tiene muy buena pinta y que debe ser muy utilizada en la zona. Según lo previsto nuestro objetivo no distaba mucho del punto de partida, así que iniciamos la marcha con la sensación de que iba a ser un paseíto. No dimos importancia a la cuesta con la que se inicia el camino nada más abandonar la ermita. Error craso: el siguiente tramo  fue más empinado y llegó un momento en la subida en que tuve que clavar el bastón porque no conseguía ajustar el pie. Total que en dos kilómetros tuvimos que salvar cuatrocientos y pico metros de desnivel, a todo esto metidos en un bosque cerrado, menos mal que está bien señalizado.

Una vez que llegamos a la cota más alta encontramos una pista cementada, pero las señales nos desconcertaron porque nos indicaban bajar, en vez de dirigirnos a un pequeño cerro cercano que tenía aspecto de ser un lugar idóneo para tener restos antiguos. Pero allí estaba, nada más bajar una pequeña cuesta. Se trata de los restos de una granja romana para la crianza de ganado vacuno y, probablemente, también equino. Según se informa en los carteles, data entre los siglos cuarto y primero A.C.

El lugar nos resultó curioso. Era como un pequeño promontorio aislado de las cumbres cercanas y de difícil acceso. En los carteles explican que ése era un dato importante para estar protegido de visitas indeseadas, que en aquella época debían ser habituales. En la zona de abajo se veía que sí podían disponer de un amplia zona de pastizal.


La distribución de los departamentos no tiene 
nada que envidiar  a las granjas posteriores: vivienda, almacenes, cuadra... y hasta un altar para hacer sacrificios a los dioses protectores de sus asuntos. No me deja de impresionar en estos pequeños descubrimientos la organización, la técnica, la administración de la civilización romana. Como ha ido sucediendo a través de la historia, el ansia de poder y la corrupción ido acabando con imperios o con grandes empresas: guerras civiles que se tragaron muchos presupuestos, asesinatos y corrupción a raudales.

Hoy he caído en la cuenta de que el otro resto arqueológico que visitamos este año, el castro de Bolunburu en Zalla, data de estas mismas fechas. En una distancia no muy grande, estaban conviviendo dos tipos de civilización contrapuestos. Los romanos tardaron mucho en ocupar gran parte de la cornisa cantábrica. Parece que solo se conformaban en un principio con pequeños asentamientos, hasta que sus intereses económicos les exigía tomar cartas en el asunto: buscar recursos naturales o establecer nuevas comunicaciones.


Entonces se  quitaban de en medio a los oscos habitantes del lugar, que solían ponerles las cosas difíciles, o los esclavizaban para tener mano de obra barata, que es lo que se llevaba entonces y que están copiando ahora muchos empresarios o grandes multinacionales. La historia se repite: primero se coloniza, a continuación se abandona el sitio cuando ya no interesa seguir sacando jugo, se deja a su suerte a los habitantes y, finalmente, cuando ya no pueden aguantar el hambre y la miseria se nos quieren colar en casa. Entonces se les recibe de mala manera y los que consiguen sobrevivir se tienen que agarrar, sobre todo si son indocumentados, a trabajos duros en condiciones inhumanas con sueldos de miseria. Y decimos tan pichis que la esclavitud ya ha sido abolida hace mucho tiempo.

 A la vuelta optamos por bajar por la pista cementada. Según indicaba el garmín, hacia el final de la bajada salía un sendero que nos llevaba derechos a la ermita. Dicho y hecho: nada más empezar la bajada comprobamos que la pendiente no tenía nada que envidiar a la de subida. En realidad resultó ser más peligrosa porque tenía tramos de gravilla fina que nos dio algún que otro susto de dar con nuestros huesos en el suelo. Total que despacito y de sendero nada.


Salimos a la misma carretera por la que habíamos llegado en coche y tuvimos que desandar un tramo de ésta hasta llegar al coche. O sea, que subimos por Guatemala y bajamos por Guatapeor. Eso nos pasa por fiarnos de las comodidades.