martes, 16 de enero de 2018

Menores ¿delincuentes?

Estamos pasando en Bizkaia por una serie de acontecimientos deplorables, referidos a menores que roban, violan, agreden e, incluso, llegan a matar. Sé que al escribir esto me voy a meter en un charco peligroso y que no pocos me podrán llamar de todo. Lógicamente lo escribo desde mi perspectiva de educador social que ha tenido y ha querido convivir y pelear por sacar adelante a chavales y chavalas de este pelo. Aquello comenzó en la década de los ochenta, cuando las cosas tampoco eran muy fáciles; estaba todo el entramado social medio haciéndose y no había ni la mitad de recursos sociales que hoy. 

En primer lugar me parece injusto que se califique y, lo que es más grave, se clasifique a estos menores como delincuentes. Esto significa que ya les hemos puesto en la categoría de señores como Urdangarin, los Pujoles, Fabra, Camps, González, Correa, el Bigotes, Bárcenas, Rato... Esos sí son delincuentes y ya no tienen remedio. Es verdad que estos menores han delinquido y eso no puede quedar impune: como todo hijo de vecino deberán asumir las consecuencias de sus actos. Pero de ahí a clasificarlos de entrada como delincuentes hay un salto muy peligroso, porque se les marca de por vida y eso hace imposible cualquier intervención que intente recuperarlos. Para llegar a delinquir con esa sangre fría hace falta estar muy perdido, desorientado y sin perspectiva en la vida. Con esa clasificación a la espalda sabrán que su único futuro será seguir delinquiendo: les hemos abortado cualquier posibilidad de rehacer su vida, por muy pequeña que sea. En ese caso, acabarán siendo unos míseros pringados, dependientes de la caridad pública o privada después de haberse dejado la vida en dependencias penitenciarias.

Me he lanzado a escribir esto porque acabo de leer en la prensa que uno de los menores culpable de un asesinato en Bilbao tiene solo trece años. Los servicios sociales de base de su municipio mandaron un expediente con la calificación de grave a Acción Social de la Diputación Foral, que es la responsable de atender esos casos. Al poco tiempo devolvieron dicho expediente calificándolo de moderado y lavándose las manos. No sé cómo les habrá quedado el cuerpo una vez visto el resultado, pero ese chico tendría que haber estado tutelado y controlado por los recursos forales ¿Qué hacía a las cuatro de la madrugada en la calle en vísperas de Nochebuena? Si se sabía que era un caso grave, era de suponer que pasaba por encima a sus padres o que éstos lo tenían desatendido. O sea, que ahora hay otros ciudadanos que han tenido que pagar en sus carnes o en su familia las consecuencias de no haber actuado a tiempo y, por parte de los menores, será potencialmente más difícil conseguir algo positivo que si se hubiera intervenido de manera preventiva.

Según estábamos leyendo esto, mi suegro me ha preguntado que ahora quién tiene la culpa de esto. Lo primero que se me ha ocurrido es aquello de "entre todos la mataron y..." Lo que realmente importa no es en rasgarse las vestiduras ante estos hechos y buscar un chivo expiatorio que se coma el marrón. Se habla mucho de la fractura social, de la pobreza laboral, de la deficiencia energética o la precariedad de la vivienda, se denuncian recortes en la enseñanza y en los servicios sociales... No hace falta ser un vidente para darse cuenta de que estos casos son síntomas y -aunque las autoridades se desgañiten a decir que no son bandas organizadas- van a ir en aumento en las condiciones sociales a las que nos están abocando las políticas dominantes.

Ahora nos queda hacernos las preguntas adecuadas para tomarnos en serio el problema de estos menores, que no se va a arreglar con cárceles o similares. La pregunta no puede ser "por qué han hecho esto", sino "por qué han llegado a hacer esto". La decisión de robar o de agredir para conseguir lo que sea no se toma de la noche a la mañana. Como en todo lo humano se da un proceso dentro un caldo de cultivo ¿Cuantos de ellos comenzaron con un absentismo escolar, o acusados de buling en la escuela? ¿De cuántos se sabía que había broncas o malos tratos en la familia, o problemas de salud mental en los progenitores? ¿Cuántos han intentado vacilar a la policía municipal con trastadas, cuántos han tenido expediente de los servicios sociales...? ¿En cuántos de estos casos se ha mirado a otra parte quitándose el problema de en medio? Y sin embargo, han llegado hasta aquí y nos están diciendo "aquí estoy yo, que alguien me haga caso". Claro, al final lo han hecho de la manera menos adecuada -como habrá sido su vida-, pero ese es nuestro deber como sociedad: hacerles caso e intentar salvar lo que, aparentemente, parece insalvable.