lunes, 9 de marzo de 2009

ES LO QUE HAY

Un día de la pasada semana mi hija, al despedirse de mí cuando me iba al trabajo, me espetó "aitatxito, tienes pinta de viejecito adorable" Me embuchó la frase con una sonrisa entre pícara y tierna mientras me besaba. A poco de empezar mi jornada, estaba ayudando a mi compañera Arantza para preparar una documentación que teníamos que distribuír. Una de las cajas se le escurrió del carretillo que nos habían proporcionado y tuve el reflejo inmediato de agacharme para volverla a su sitio. Una punzada aguda en mi zona lumbar me recordó que mis protusiones aún no me daban permiso para hacer vida normal y, mucho menos, para levantar pesos. Antesdeayer me cayó una bronca porque se me había olvidado abonar a la Coral el coste del viaje a Alemania de Irene y la habían llamado la atención...


A esto hay que añadir el sin número de vueltas que tengo que dar porque se me despista lo que iba a hacer o me he dejado algo que necesitaba. O cuando abro un armario pero lo que quería hacer era meter algo en el frigorífico. No digamos la de veces que quieres decir el nombre de alguien de sobra conocido y no hay manera de que salga. En fin, todas esas situaciones con las que, cada día en mayor cantidad, nos toca soportar la convivencia diaria con uno mismo y que, más tarde o más temprano, nos hacen comprobar que comenzamos a ser algo distintos.



En otro orden de cosas, casi sin que me vaya dando cuenta, cada vez son más aquellos niños, que tuvimos a nuestro cuidado educativo, que ya son padres, incluso por tercera vez. Cualquier encuentro con ellos y con sus criaturas, además de certificar el paso del tiempo, destapa unas sensaciones profundas hasta ahora desconocidas y que no son como las que se puedan tener con los propios hijos. También me ha pasado esto con los hijos de una sobrina. Me temo que puedan ser los primeros síntomas de sentirse abuelo o algo similar, y me producen un cierto vértigo tan sólo pensarlo, y más aún escribirlo.


Quizás me encuentre ya en ese estadio de la vida en el que la mochila del camino recorrido comienza a estar un tanto llena de experiencias y su peso obliga a relantizar la marcha. Pero, por otra parte, aún no es tiempo de sentarse y el seguir andando puede ser, a pesar del desgaste o del cansancio, más interesante y provechoso al contar con la visión de todas las etapas recorridas. Y es que llevamos el pasado pegado a la espalda. Algunas veces resulta ser un lastre, mientras que en otras ocasiones puede ser un impulso cierto para seguir adelante. Prefiero seguir caminando a pesar de las limitaciones que los años nos van echando encima. Sigo convencido de que aún me queda algo por crear, por muy pequeño que sea, aunque luego me falte tiempo para disfrutar de su crecimiento.