lunes, 13 de julio de 2020

Recuerdos de Mallorca II

Uno de los planes, que ya nos había llamado la atención desde que comenzamos a hacer consultas en internet, era la visita a Sóller. El principal aliciente consistía en experimentar un viaje en un tren centenario y rematarlo con un tranvía de similar época que acerca a los viajeros hasta el puerto que lleva su mismo nombre, aunque está algo distante. Otro aliciente consistía en descubrir una población prácticamente enterrada entre unos riscos impresionantes. Después de acercarnos a la estación y de informarnos de los días en los que había precios especiales, por aquello de ser de menor afluencia de viajeros, marcamos el día para el viaje. Al mismo tiempo, pensamos que sería interesante regresar en bus por cambiar de panorama y poder circular por la famosa carretera retorcida que repta entre las faldas y los acantilados de la Tramontana. Consultamos los horarios y pudimos comprobar que ese bus tenía parada también en la afamada población de Valdemosa y que, a última hora de la tarde, disponíamos de otra línea que nos dejaba en la estación central de Palma.

Sóller desde el tren
Dicho y hecho. Nos preparamos unos bocatas y frutas y nos lanzamos a lo que resultó ser una aventura de transporte público. Salimos con una hora de antelación porque la línea que nos llevaba a Palma se tomaba su tiempo dando vueltas por las grandes superficies comerciales de los alrededores de la capital. Llegamos al tren y nos extrañó la cantidad de vagones que tenía, totalmente desproporcionada para el personal que íbamos a montar. El acomodador o inspector del tren se puso hacia la mitad del convoy y avisó que en los vagones que estaban a su espalda estaba prohibido subir. No habíamos andado poco más de veinte minutos, cuando el tren estuvo parado un buen rato en un andén perdido en tierra de nadie sin ninguna población a la vista.Hasta que apareció una nube de personas mayores peleándose por una siento y dirigidas por paraguas de colorines que daban instrucciones a voz en grito sin parar. Otros veinte minutos llevó la operación hasta que se percataron que no habían perdido a ningún excursionista. Esta fue la primera experiencia de la masificación de los viajes que ofertaba el Imserso.

Fue una experiencia muy bonita experimentar de nuevo cómo sonaba un tren en una vía estrecha con travesaños de madera o atravesando un túnel. Poco antes de descender a Sóller el tren hizo una parada estratégica para que el personal disfrutase de una preciosa panorámica y se pudiera hartar a sacar fotos. Una vez en Sóller, dejamos que la marabunta se arrojase a  invadir la las terrazas de la plaza del pueblo.
Nosotros nos percatamos primero dónde y a qué hora se cogía el tranvía. Nos dimos una vuelta contemplando los alrededores y embarcamos en el legendario tranvía, otra experiencia curiosa con asientos de madera y sistemas más parecidos a los tranvías de mi infancia que a los de ahora. El puerto no tenía nada que ver, excepto embarcaciones de recreo y tiendas y tenderetes por doquier. Nos habíamos hecho a la  idea de dar un paseo hasta un pequeño faro que está en una de las puntas de la bocana del puerto, pero no disponíamos de tiempo. El recorrido llevaba su tiempo y la parada del bus estaba muy a las afueras. Así que paseamos un poco por la playa y nos sentamos en un muro que se adentraba en el agua para dar cuenta de nuestros bocatas,rodeados de las mansas aguas del Mediterráneo.



Después de preguntar tres veces conseguimos llegar hasta la parada de los buses de línea. Observé algunas señalizaciones de senderismo que había mirado en internet, pero tendrían que ser para otra ocasión. A la hora en punto son recogió el coche de línea y se lanzó a trepar por una carretera tallada en la roca, poco más o menos, unas veces colgados de una pared y otras temiendo que nos íbamos por el acantilado abajo. En el trayecto vimos unos pueblos y unas edificaciones preciosos que no tenían nada que ver con la masificación con que nos habíamos encontrado en la primera parte del viaje. Llegamos a la afamada Valdemosa. Comenzamos por hacer una primera inspección del pueblo.  La carretera y una plaza contigua estaban repletas de terrazas llenas a esa hora, las tres y media o así. Por lo que pudimos ver los precios estaban aptos para carteras alemanas y esas no son de las nuestras.


El edificio de la Trapa destaca sobre todos los edificios y viene a ser la principal atracción del pueblo, pero, maldición, era domingo y estaba cerrada a las visitas, no como los museos que cierran los lunes. Nos dedicamos a contemplar una serie de iglesias y edificios históricos. En uno de ellos hay un balcón con unas vistas preciosas sobre las laderas que van llevando hasta el llano que termina en Palma. Nos encantaron tantos los jardines públicos como algunos privados. Dado que nos quedaban unas horas hasta el siguiente bus, aprovechamos para hacer un poco de senderismo y fuimos subiendo por una de las colinas pedregosas que rodean el pueblo.
Valdemosa
Desde allí pudimos tener unas vistas interesantes, incluso por algún resquicio se veía un cacho de mar. Cuando comenzó a caer la tarde nos dimos una última vuelta para ver unas torres que quedaban algo separadas del núcleo de edificios y regresamos a la parada, aunque aún faltaba más de media hora.


Estuvimos esperando tranquilamente con no más de cinco personas, pero poco antes de la hora de llegada se arremolinó un pelotón de personal con cara asesina, dispuesta a morder si hiciera falta  con tal de que nadie les impidiese conseguir un sitio. Hubo broncas, codazos, insultos, caraduras y de todo. El conductor parecía estar acostumbrado a ese tipo de situaciones, así que ni se inmutó y no arrancó hasta que no quedó nadie en tierra. Talmente, como sardinas en lata llegamos en un santiamén a Palma.
Pero lo peor nos esperaba en la horrible línea que nos tenía que llevar al hotel. Teóricamente funcionaba hasta las nueve, pero, sin que mediara cartel informativo, los domingos lo hacía solo hasta las ocho, tal como nos confirmaron unas señoras que estaban en la parada. Total que tuvimos que coger otra línea que nos dejó en el puerto deportivo cercano al hotel y de allí, cuesta arriba, corriendo para no quedarnos sin cenar. Llegamos justo cuando comenzaban a recoger las mesas, así que algo pudimos pillar. A todo esto estaban comenzando las atracciones nocturnas del hotel y todo el personal estaba ya acomodado de punta en blanco, mirando de reojo las pintas de aquellos dos mochileros que llegaban medio sofocados.