Los domingos por la mañana, siempre que me es posible, aprovecho para bajar a mi madre a misa en la capilla de la residencia. En la primera lectura del domingo pasado aparecían una serie de mandatos de Yahveh a su pueblo. Como decía un profesor mío de historia, cuando aparece una prohibición es que lo que se pretendía prohibir existía y se estaba excediendo. Eran cosas del pelo de las siguientes: no explotes a las viudas y a los huéfanos, no te aproveches de los forasteros, compadécete del necesitado, si tomas la capa de alguien como garantía no permitas que llegue a la noche sin ella porque no tendrá con qué abrigarse, no prestes con usura ni cobres intereses abusivos. Terminaba diciendo que si no hacían caso el Señor Dios se iba a enfadar mucho y se iban a enterar de lo que les podía pasar a los que no hiciesen caso.
Lo que a primera vista parecen consejillos de andar por casa, puede que tengan un carga de fondo muy importante. En el proceso de la historia de la humanidad el personal que la ha escrito se ha ido pasando esos mandatos por el arco de triunfo, aún manifestando su condición de creyente en sus religiones correspondientes. Si echamos un vistazo, por ejemplo, al espectáculo de la situación mundial actual nos encontramos que se explota y se abandona a su suerte a los pueblos más débiles y depauperados, que se maltrata y se veja a los inmigrantes aprovechándose de su situación, que se eliminan las ayudas a los más indigentes, que no solo se quita la capa sino se llega a dejar sin vivienda a los que no pueden devover las hipotecas o se deja sin trabajo a multitud de obreros, que la usura ha sustituido a Dios porque es la que rige todo el sistema económico global, o sea, la que pone las reglas de juego en el mundo.
