lunes, 14 de diciembre de 2015

A la salud del pecado original

Se ha convertido ya en costumbre el que estemos disfrutando de un puente magnífico por la coincidencia de una fiesta civil, que tiene su aquel por ser el aniversario de la constitución, con otra religiosa La Inmaculada. Nadie se pregunta a qué se debe que esta fiesta religiosa se mantenga, ni qué contenido tiene: es fiesta y nos viene de tralla para aprovechar el puente y hacer escapaditas que no se puedan dar en los fines de semana. Hace años, a poco de poner en marcha este blog, puse una entrada solicitando que esta fiesta fuera anulada por falta de sentido para los creyentes actuales y por vivir en un estado laico que nada tiene que ver con esas zarandajas dogmáticas. Ya apuntaba entonces que el mantener la fiesta era una concesión más de los gobiernos a la jerarquía católica para tener a la iglesia en paz y no enfrente. En su día tampoco los socialistas se atrevieron a tocarla.

Aunque parezca algo estrambótico, le debemos este puente a la tan trasnochada como famosa doctrina del pecado original. Sí, aquello de que nacíamos en pecado marcados por la herencia del patinazo de nuestros lejanos ancestros que nos dejaron sin paraíso terrenal. Claro que los que la inventaron no tenían ni idea de la evolución de las especies y esas cosas que hoy saben hasta los de la ESO. Entonces había que bautizar enseguida a los niños para que quedaran libres de tamaña desgracia, ya que, si morían antes de ser bautizados, quedarían encerrados a perpetuidad en la guardería del limbo de los justos. Una tradición curiosa porque el sacramento que se inventó como rito iniciático para pertenecer a la iglesia, quedó reducido en la mentalidad popular a un simple ritual purificador. El problema está en que después de Darwin -que ya ha llovido- se siga con mentalidades de ese tipo, mantenidas especialmente por cierto sector de la jerarquía. 

Llegados a este punto hay que clarificar que ese poder purificador nos fue transmitido por Jesucristo, porque El fue uno como nosotros en todo menos en el pecado, ya que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, por lo que quedó libre de tan desgraciada herencia, ya que el pecado original se transmitía a través de la herencia del padre. Y aquí viene otro pequeño fallo del que no son culpables los doctores que montaron la doctrina, porque en aquellas épocas no tenían ni la más remota idea del sistema de fecundación de la raza humana, que esto ya lo conocen ahora hasta los de primaria. Antiguamente se creía que la función de la mujer consistía simplemente en ser el seno donde se desarrollaba la vida que el varón había depositado en él, por lo que se consideraba que los hijos eran del padre. Pero llegó un momento en el que las investigaciones y las ciencias descubrieron el óvulo y su función reproductora, por lo que el tenderete se caía por su propio peso, ya que el pecado original se le habría transmitido al niño Jesús a través de su madre: vaya lío. Como no podían excomulgar ni mandar a la hoguera a nadie, como les pasó a otros en tiempos inquisitoriales, no les quedó otra que aceptar el descubrimiento. Entonces había que buscar una explicación válida, por lo que decretaron por dogma que María había sido concebida también sin pecado original milagrosamente porque estaba destinada a ser la madre de Jesús. Y aquí estamos de puente por tan sabia decisión con categoría de infalible. 

Sinceramente esta fiesta me resulta casposa, carca y fuera de tiempo y de lugar. Y lo siento por la figura de María que ha sido maltratada a lo largo de la historia, como una más en la historia de la mujer. Ella, como todas la mujeres que aparecen en los evangelios cercanas a Jesús, fue apartada de las decisiones en las primeras comunidades. Luego, cuando el imperio impuso el cristianismo, se aprovechó su recuerdo y su figura para bautizar y borrar a las deidades paganas de carácter femenino: se le pusieron mantos y adornos, se le atribuyeron magníficos atributos y milagros, se le pusieron altares... pero ella quedó reducida a la función de madre de Jesús, como aparece en la mayoría de sus representaciones. De todos modos, el hispano medio se agarra a las fiestas ya vengan de Dios o del diablo y, aunque todo este rollo religioso se la traiga al pairo, que La Inmaculada ni se la toquen, solo faltaba.