jueves, 5 de septiembre de 2024

76: un viaje al interior

 

El 14 de agosto, como en todos los años, celebro mi cumpleaños. Esta vez han sido los 76. Como es costumbre en los últimos años, intentamos celebrarlo con alguna excursión especial. Este año hemos quedado con Irene y con Pablo para hacer una visita a las entrañas de las cuevas de Ojo Guareña. No nos conformamos con la visita inicial y reservamos la primera de las posibilidades de bajar a las salas y simas del subsuelo. Quedamos pronto con ellos junto al Centro de  interpretación para dar un paseo por algunos de los lugares interesantes de la zona. La primera parada, a poco de arrancar, la hicimos frente  a las diaclasas unas hendiduras  y huecos de las rocas. Esta vez no pudimos contemplarlas en todo su esplendor porque había crecido la vegetación de los alrededores y solo se podía entrever algunas zonas entre las ramas. De paso nos picó la curiosidad al ver una especie de puentecito agarrado a la ladera de enfrente y descubrimos que se trataba de un sendero balizado que da la vuelta a una peña. Preguntamos en el pueblo y tomamos nota para próximas excursiones.


Luego salimos de Cornejo y enfilamos hacia la cueva de Ojo Guareña. Dejamos el coche en el aparcamiento de la parte superior de las cuevas, y bajamos para contemplar el sumidero por el que se hunde el río para transitar por los espacios interiores hasta salir a través de surgentes -la Torcona y el Torcón- por la cara sur. Completamos el paseo bajando hasta el barrio de Cueva por un bonito sendero a la orilla del río. A la vuelta preparamos la comida y buscamos una mesa bajo una frondosa encina. Se trataba de una enorme losa que no resultó muy cómoda, pero no  por ello impidió que diéramos buena cuenta de casi todas las viandas que María había preparado con esmero.

De la misma volvimos al coche para preparar la entrada a la cueva. Se nos había advertido de que en su interior podríamos estar a 7 o 9 grados, por lo que nos abrigamos bien. Tuvimos mucha suerte con el guía. Era un hombre preparado: espeleólogo y a la vez geólogo. Transmitía seguridad y daba muestras de una sensibilidad y un respeto exquisitos hacia todo lo que nos iba mostrando.


Ha sido una experiencia única, porque esta vez no se trataba de contemplar figuras y salas vistosas preparadas para las visitas con pasadizos y luces, sino de conocer en vivo y en directo las entrañas de la tierra y eso que solo estuvimos transitando a unos sesenta metros de profundidad. Pudimos ver y pisar las galerías que las corrientes de agua han ido creando. El guía nos hizo comprobar los restos orgánicos y las piedrillas arrastrados por el agua. Fue impresionante cómo nos fue señalando la existencia de seres vivos minúsculos y ciegos que podríamos pisar sin darnos cuenta y una zona de difícil acceso que sirvió de sepultura, lo que daba a entender que nuestros antepasados neardentales anduvieron por allí.

El momento culminante fue cuando nos mandó apagar las linternas de los cascos. Estuvimos unos minutos en silencio sintiéndonos perdidos en otro mundo. Estremecedor y con una profunda sensación de impotencia. Finalizamos en la sima Dolencia  por donde por fin vimos luz, que entraba desde cincuenta metros por encima de nuestras cabezas. Lleva ese nombre desde antiguo porque por su boca se arrojaban animales que estaban heridos o moribundos, pero también a humanos del bando contrario. El viaje finalizó por un paseo turístico en Puentedey. Antes no pudimos resistirnos a visitar la cascada de La Mea, que , como habíamos previsto, estaba sin agua. Pablo se hinchó a hacer fotos en los lugares que han hecho más que famoso a ese pueblo. Y al anochecer, cada mochuelo a su olivo.


Ha sido uno de los cumpleaños que más he disfrutado. He estado rodeado de las personas que más me quieren y a las que más quiero y he tenido una experiencia única en mi vida perdido en las entrañas de la tierra. Creo que para mí éste ha sido un viaje simbólico, por eso he puesto en el título que ha sido un viaje al interior, pero principalmente he querido decir a mi interior. Irene me ha recordado con su coña que ahora empiezo a estar más cerca de los 80 que de los 70. Y eso me hace pensar que estoy ante una nueva etapa de mi vida, que no sé cuánto va a durar -ni me propongo averiguarlo- en la que espero que sea capaz de ir profundizando en el descubrimiento de mi interior. Ir transitando por las galerías que han formado en él las luchas, las ilusiones, los fracasos,  las iniciativas que he llevado a cabo o que he sufrido a lo largo de mi vida. Pero hacerlo pausadamente en el silencio y en la oscuridad de los recuerdos, para descubrir esos restos que han dejado a su paso: las caras en las que fui descubriendo a Dios, los dedos quemados por haber tocado el infierno de algunas vidas rotas, el gozo de ver surgir vida en medio del desastre... Y ser como esos animalitos minúsculos que se alimentan de los restos orgánicos, para sentirme, como en esa cueva, envuelto en el seno de Dios hasta que llegue el momento -sin prisa, eso sí- de fundirme del todo con Él y con el universo. Quizás en algún momento eche de menos contar con un guía, como el que nos tocó  en suerte, para pisar con serenidad en ese nuevo terreno que se me abre y que enfoque con su linterna para que pueda ir descubriendo lo más importante: a mí mismo.