jueves, 3 de septiembre de 2015

El hechizo de la luna llena

Ya se nos ha esfumado eso que llaman vacaciones. Hemos tenido pocas oportunidades de disfrutar de nuestra casa de Quintanilla a lo largo de este verano. De todos modos hemos podido hacer varios paseos muy interesantes, aunque a éste que me voy a referir no fue necesario desplazarnos a ninguna parte. Tenemos por costumbre dar una vuelta por las calles solitarias del pueblo después de cenar, siempre que el tiempo lo permita. En una de estas vueltas contamos con una luna llena espléndida, lo que nos animó a salir del pueblo y deambular por pistas a campo abierto. Se podía ver perfectamente desde lo más cercano, hasta los montes del horizonte como si se tratase de tener una iluminación indirecta. En la línea del horizonte se recortaban las figuras de los arboles, de las vacas en los prados rumiando placenteramente, de las rocas... Al mismo tiempo la quietud y el silencio habituales resultaban más sobrecogedores en ese ambiente. Solo se sentía algún tintineo de esquila, el runrún de alguna chicharra o el ladrido lejano de un perro y el ruido de nuestras pisadas sobre la gravilla del camino. Por si fuera poco, había sido un día de calor inusual en la zona y el frescor nocturno resultaba ser un bálsamo, no solo para la piel, sino también para el humor o los pulmones. Por supuesto, el paseo duró bastante más de lo ordinario, como era de esperar.


Se me antoja que la luna llena tiene un hechizo especial si te dejas sumergir en su ambiente. Es como si vieras las cosas tal como son, pero de una manera distinta, percibiendo de ellas aspectos que no se descubren a la luz del día y obviando detalles o rasgos que les puedan afear. Resulta ser como una melodía brillante que se escucha durante la jornada y luego se transforma en modo menor, imbuida del silencio nocturno. Creo que en nuestro ajetreo cotidiano también necesitamos de estos espacios de luna llena para ver nuestro entorno, nuestro trabajo, nuestra vida con otra mirada más queda y serena, que nos ayude a vislumbrar un amanecer más amable en la jornada siguiente. De vez en cuando es una gozada impregnarse del bálsamo de un silencio así que nos permita percibir lo más oculto de nuestro interior y nos libere de la resaca de los roces, de las decepciones, de los esfuerzos o de toda la tralla del día a día. Si además, eso lo puede uno hacer en plena noche de luna llena, en compañía de la que más quiere y perdidos en el campo, resulta ser un privilegio del que no me canso de dar gracias a Dios por haber podido disfrutar de ello.