martes, 6 de agosto de 2013

Excursión por las Merindades

En las pasadas fechas de julio, en las que hay poca gente en el pueblo y los días son más largos, solemos aprovechar para hacer excursiones. Preferimos ir recorriendo lugares y territorios poco conocidos por aquello de ir conociendo mejor los regalos de la madre naturaleza que no salen en la tele ni tienen mucha fama. Esta vez hemos querido seguir conociendo mejor la zona de los cañones del Ebro que tanto nos gusta. Nos hemos dirigido directamente, dejando atrás Pesquera de Ebro con sus atractivos turísticos, a Tudanca, una aldea perdida entre  unos recodos del río y unos murallones llenos de vegetación donde se acaba la carretera. Parte de su caserío sigue derruido, pero, como en gran parte de las merindades burgalesas, hay un notable número de edificios que han reconstruido gentes nacidas allí o descendientes suyos en plan de segunda vivienda y que dan algo de cobertura a los que aún siguen habitándola y viviendo de su ganado. 

Tudanca es de esos lugares en los que, una vez allí, miras a tu alrededor y te crees que ya no se puede salir de él, a no ser trepando por las rocas. Así debía de ser porque para poder superar la garganta de Los Tornos tuvieron que tallar un camino en la roca viva para mantener la comunicación con Cidad y los siguientes pueblos del Ebro. Nada más bajarnos del coche nos dirigimos hacia la garganta del cañon bordeando el cauce del río y justo en la última curva del mismo comenzamos a subir el empinado sendero. El panorama, y el airecillo que mitigaba el calor, bien merecieron el esfuerzo. Como se puede comprobar en el álbum que adjunto no nos separamos de la cámara de fotos. Es algo impresionante sentirse perdido en esos monumentos de la naturaleza, vigilado por los buitres y los rapaces con el continuo sinfónico de los rápidos del río, con el estallar del agua en las rocas y el runrún del viento que se aceleraba al pasar por el desfiladero. Después de dos horas y media de caminata nos sentamos a comer en la campa que está delante del pueblo, justo a la orilla del río disfrutando del fresco del agua, del panorama y acompañados por las vacas que también comían como nosotros. Para los vecinos que estaban en una especie de terraza de bar esperando a la hora de comer, resultamos ser un entretenimiento gratuito pues no quitaron el ojo de encima de todos y cada uno de nuestros movimientos.

Siguiendo las indicaciones de nuestra guía sustituimos la siesta por una visita a un afamado dolmen de 5.000 años de historia con losas monumentales de casi tres toneladas. Para ello tuvimos que dejar atrás el entorno del Ebro y subir al páramo a un pueblo llamado Porcinos. Allí el sol era implacable y no había ninguna brisa que lo aliviase. Después de algún despiste y una buena caminata chupando polvo nos encontramos con el deplorable panorama de un lugar histórico recubierto de maleza y totalmente abandonado, tal como se puede ver en las fotos. Tras esa frustración volvimos sobre nuestros pasos por otro rincón perdido entre sierras con pequeñas aldeas diseminadas pero de una  vegetación impresionante: el valle de Zamanza. Merece la pena pasear por él o contemplarlo desde la altura del páramo.