lunes, 11 de octubre de 2010

"Buenas escuelas, pero mala educación"


He leído en el blog de Mikel Agirregabiria una entrada que confirma plenamente lo último que he escrito en el apartado de educación, además de las líneas generales que mantengo en lo que escribo al respecto. Me alegra doblemente porque la confirmación no me llega de ningún sabio entendido en estos temas o de ningún doctor especializado en psicología del adolescente. Se trata de una mujer moldava que se dedica a trabajar, como la mayor parte de las inmigrantes, en trabajos domésticos. Tiene dos hijos, pero los ha dejado en su país. Cuando le preguntaron por qué no intentaba reagruparlos aquí, contestó que reconocía que aquí teníamos unos servicios sanitarios impensables en su país y que había unas escuelas muy buenas. Pero ella quería que sus hijos siguieran educándose con sus abuelos en Moldavia porque aquí hay muy mala educación. Los adolescentes son unos caprichosos y consentidos, no hacen caso a sus padres, les faltan al respeto a los profesores y solamente piensan en gastar y divertirse... Sabia respuesta a fe mía y fiel a la realidad. Ha podido ver en vivo y en directo allí donde ha estado sirviendo lo que nosotros podemos suponer que pasa en el seno de muchas familias catalogadas de normales.




Para darle la razón a esta buena señora, me he acordado de lo tratado sobre inmigrantes en la última reunión de la comisión municipal de absentismo escolar, que se había celebrado la semana anterior. Resulta que las estadísticas del curso que hemos pasado nos hacen ver que el absentismo entre los alumnos procedentes de otros países se viene disparando desde hace dos años. Pero, curiosamente, está disminuyendo cuando se trata de los alumnos de primaria y el aumento recae sobre los que están cursando la ESO. De entrada podría parecer que las familias de esos alumnos no dan la importancia suficiente a la educación o que no son capaces de controlar a sus hijos e hijas. Se comentó en dicha reunión que la reagrupación familiar mal digerida por parte de los menores sería uno de los factores que más podría influir en este problema, ya que sus efectos negativos salen a flote en la adolescencia.



Claro que a estas consideraciones se puede añadir el temor de nuestra protagonista. Estos adolescentes inmigrantes se están adaptando al ambiente que sus compañeros de aquí tienen y no precisamente de los que sacan mejores notas. Se ven cuadrillas de ellos con todo tipo de móviles, mp4 y demás artilugios, van vestidos de modelitos de arriba a abajo, tiran de costo y de alcohol como los que más y muestran una actitud indolente en los centros escolares como que la cosa no va con ellos. Nos consta, a través de nuestras intervenciones, que hay bastantes familias desesperadas porque no pueden con ellos. Lo que ya resulta sangrante es que todos esos gastos de los que hacen gala estos chicos y chicas salen de horas y horas de trabajos domésticos mal pagados de sus madres o de cargas u otros trabajos duros de sus padres. Ellos solamente aportan su cara bonita y hacen valer sus caprichos. Tiene razón, señora mía, más le vale que, si alguna vez tienen que venir sus hijos en búsqueda de oportunidades, lo hagan cuando estén debidamente educados, aunque hayan vivido en un país con escuelas más pobres que las nuestras, y cuando estén convencidos de que el futuro se lo tienen que labrar con su propio esfuerzo.