domingo, 6 de julio de 2014

Roy, la cara de hielo

Son muchas las veces que algunos me saludan y no recuerdo el rostro o no lo asocio a ningún sitio, colegio, lugar de trabajo, vecindad... Sin embargo con Roy me pasa lo contrario. El ya no se acordará de mí, pero su cara es de esas que no olvidas nunca. Además, fue uno de los primeros casos en los que trabajamos en nuestro programa y al final se nos escurrió de entre las manos. Casos así con tantas horas empleadas y fallidas son difíciles de olvidar. Últimamente me cruzo con él a menudo. Como cuando era un chaval, me sigue impresionando esa mirada fría, vacía y punzante, que sus ojos azul claro hacen semejar al hielo. Vamos, la viva fotografía de la mirada con que Pérez Reverte describe la de su capitán: glauca. A veces anda en una bici destartalada y siempre suele estar solo, dando la impresión de que canturrea o habla para sí mismo. Ya de pequeño tenía una complexión fuerte y ahora, le faltará poco para los treinta, pasa sobradamente del metro ochenta y tiene una musculatura contundente y bien definida, que exhibe ordinariamente, pues solo usa camisetas de manga corta.

Roy era hijo de un camionero y de una sufrida ama de casa, que llevaba en la cara dibujada la palabra víctima. El padre debía repartir estopa a diestro y siniestro.
Contando que el 90% de la misma recaía sobre ella, la madre consiguió que los servicios sociales le ayudaran a cambiar de domicilio y de localidad para huir del energúmeno y poder seguir viviendo con sus dos hijos. La mayor trabajaba de dependienta y ella limpiaba casas o lo que le mandasen, porque había que sacar al pequeño adelante. Al estar ausentes del hogar sus mayores, Roy se dedicó a trastear por la calle con un colega que le inició en la aventura de pequeños hurtos en supermercados y otras gracias similares, que acabaron haciendo recaditos a un exitoso camello del momento. Lógicamente, no iban a renunciar a su tiempo libre para llevar a cabo tan arduo trabajo, por lo que lo hacían en horario escolar, como debe ser.

Un día se presentó la madre con una hermana suya en el ayuntamiento para pedir ayuda. No podían con el chaval y no conseguían que fuera al instituto. Fue así como tomamos contacto con la familia y comenzamos nuestra intervención. Enseguida nos dimos cuenta de que no solo no podían con él, sino que le tenían auténtico pánico. Siempre sospechamos que se había encargado de mantener viva la costumbre paterna, pero, cuando hurgábamos un poquito en el tema, la puerta se cerraba. Le buscábamos en la calle y en los lugares que frecuentaban, teníamos charlas con él y su colega, pero todo fue inútil. La familia del colega, por su parte, era un caos y les importaba un pimiento lo que hiciera el hijo. Estaban bastante ocupados en ligar cada uno por su cuenta tras su separación. Finalmente denunciamos el caso al Gobierno Vasco, pero aún no estaba bien asentado el programa oficial de lucha contra el absentismo escolar y todo quedó en agua de borrajas.

Hace un par de días lo vi en uno de los comercios de Ballonti, cuando acompañaba a María y a Irene en las inevitables rebajas. Llevaba una sillita con una pequeña que no llegaba a los dos años. Parecía que miraba como ausente en dirección a los probadores y de vez en cuando le daba una vuelta a la niña moviendo la sillita. Al rato salió una mujer de los probadores y él la siguió. Al salir del comercio le puso la mano que tenía libre por encima de los hombros e inclinaba algo la cabeza para poderle escuchar. Ella le llegaba justo al hombro, pero todo lo que le faltaba de estatura, le superaba en años de más. Estaba visiblemente embarazada. Lo siento, se me dispararon todas las alarmas y en un momento se me pusieron los pelos de punta. Me vinieron a la mente la foto de sufrimiento y de miedo de su madre, de su hermana y de su tía. Igual puede que haya encontrado a alguien que le reconduzca. De no ser así, será uno más de los que salen en las noticias. Espero de verdad equivocarme.