domingo, 11 de septiembre de 2022

God save the Queen


 En estos días no se escucha ni se lee nada sin pasar primero por todo tipo de recuerdos y comentarios sobre la muerte de la reina Isabel del extinto imperio británico. Personalmente lo he considerado algo anecdótico sin más, por lo que creo que los medios de comunicación se están pasando y nos están atiborrando a noticias hasta aburrirnos. El culmen del idiotismo social es la salida de tiesto de la presidenta de Madrid decretando tres días de luto, como si su autonomía fuese un colonia británica más. Respeto, por supuesto, los sentimientos de los ciudadanos británicos, pero esta señora, según sus propias palabras, no ha hecho nada. Se ha limitado a ser testigo de lo que pasaba sin que ello le afectara para nada, salvo para forrarse de dinero y para conseguir un patrimonio inmobiliario de tamaño descomunal. Menos mal que, por lo que se sabe, lo ha conseguido de una manera más legal o, al menos, más discreta que nuestro rey jubilado, a pesar de que se ha pasado de puntillas sobre su supuesta relación con inversiones en las Islas Caimán.


Entiendo que la relación de los británicos con la monarquía esté muy consolidada, dada su raigambre histórica y teniendo en cuenta la idiosincrasia de los pueblos británicos. Lo que me parece exagerado es lo de sentirse huérfanos o estar en un vacío de incertidumbre... ese tipo de mensajes que se nos está transmitiendo. La reina, igual que el rey que viene detrás, no dejan de ser un personaje decorativo que no influye para nada en la vida de los ciudadanos. Como en todo lo que se refiere a los aspectos decorativos, hay cosas o personas a las que se coge cariño por motivos de lo más diverso, pero, si faltan, no pasa nada se busca sustituto y andando. Será más que probable que dentro de una semana a partir de su funeral ya no se hable nada de ella, a parte de que se sigan sacando series y películas que material no les va a faltar. Del mismo modo, dentro de uno o dos meses ya no se hablará nada del nuevo rey ni de las consecuencias de su turbulento pasado.

Lo nuestro con la monarquía es otro cantar. La historia de España está jalonada de páginas negras protagonizadas por reyes déspotas, inútiles, chorizos, vagos que en su inmensa mayoría pasaron olímpicamente de los problemas de la ciudadanía. Por fin, una mayoría de españoles echó a los borbones, que eran los que estaban ejerciendo en ese momento, para instaurar la república. Franco y su séquito nos la robaron y, para dejar todo atado, nos volvieron a imponer a los borbones.


No quedó otra que tragar en la transición, sabiendo cómo se las gastaban los militares y aceptando la pátina de monarquía parlamentaria con la que se presentó Juan Carlos I, una vez muerto el dictador, para cabreo de los mismos, de falangistas y demás estómagos agradecidos del franquismo, que esperaban seguir mangoneando como si no hubiese pasado nada. En otra página de la historia los españoles se cubrieron de gloria echando a los franceses para luego entronizar al chupatintas impresentable de Fernando VII, que se encargó de enterrar a la Pepa, y así les fue. En esta ocasión, no pudimos echar a Franco porque se murió mandando y dejando clara su herencia: de república nada que los españoles necesitan mano dura, si no se desmandan. Así que me resultan insultantes las comparaciones que se están haciendo entre ambas monarquías. Lo dicho, mi pésame a los británicos si se sienten tan huérfanos como nos están contando.