lunes, 15 de junio de 2015

Las idas y vueltas de la historia

En uno de los paseos montañeros, que me permite disfrutar mi condición de jubilado junto con la compañía de mi amigo Orencio, subimos al Mello desde la población de Montellano en el valle de Galdames. El Mello tiene seiscientos y pico metros y es uno de los montes que se asoman sobre la costa en el límite con Cantabria. Como ambos lo habíamos subido desde Muskiz optamos por la ruta de Montellano, que de verdad solo tiene la primera mitad del nombre porque es una purita pendiente y hasta las casas están escalonadas. Así que en este trayecto, las cuestas más duras están al inicio de la subida, o sea, que hay que ir preparado. Desde la cumbre se tienen diversas vistas sobre la costa, la zona minera y en el camino se pude ver como en maqueta parte de la refinería de Petronor. 

Hoy, sin embargo, no me voy a referir al tema montañero, sino a la sorpresa que me llevé al llegar a este pueblo. La última vez que estuve en él sería por los años ochenta cuando trabaja como trapero de Emaús y recorríamos las Encartaciones con el camión. La imagen que yo recordaba no tenía nada que ver con lo que estaba viendo. Está totalmente remodelado, desde la infame carreterucha de acceso en la que tenía que ir sorteando baches y desprendimientos, hasta la urbanización, la iglesia y las casas, tanto nuevas como reconstruidas. 

Ciertamente se había convertido en un lugar de residencia para personas que prefieren la tranquilidad y el campo. Como comentamos Orencio y yo, allí se palpaba que había muchos euros por metro cuadrado. De hecho la gente que nos fuimos encontrando era de una media de edad elevada y su aspecto dejaba bien a las claras que tenían la vida resuelta.


Lo que es la vida: Montellano era una población minera y agrícola. Aún se pueden ver en sus alrededores los restos de las explotaciones al aire libre. Apenas ha pasado un siglo y es un barrio residencial de gente bien. Claro en el contexto actual de restructuraciones, reformas, recortes y demás penurias que tienen en perspectiva las nuevas generaciones, inmediatamente se me ocurrió la pregunta inversa, aunque no habrá que esperar un siglo para responderla, porque ahora todo va muy de prisa. Es sarcástico contrastar esto con la imposibilidad de una mayoría aplastante de jóvenes de montar su vida autónoma por la precariedad del empleo, por las nuevas condiciones laborales que les amenazan o por el paro puro y duro.
Van a estar como para pensar en segundas residencias, y más de ese nivel, cuando no les va a dar ni para un alquiler que no sea de protección oficial. O lo que es más agobiante, al fin y al cabo, qué se van a encontrar cuando lleguen a los años de los que hoy disfrutamos de la jubilación. Visto desde este Montellano se me antoja que los jóvenes de hoy van a tener que pasar penurias, cuando no miserias, como las de nuestros antepasados mineros, solo que disfrazadas o encubiertas por una sociedad supuestamente avanzada con una economía que avanza por el buen camino, según declaran las altas instancias mundiales y el gobierno a su servicio. Al menos aquellos tenían sus chozas y sus casitas, mientras que una nube de jóvenes acabarán sin poder salir de casa de sus padres hasta que se les caigan a pedazos por no poder mantenerlas. Vivir para ver.