jueves, 22 de mayo de 2014

Días de monte 15

La cumbre de Ipargorta con la mesa de orientación.
Al fondo el Gorosteta
El domingo pasado, 18 de mayo, fue un regalo. Disfrutamos de un día esplendoroso de primavera ideal para la montaña: sol y fresco.  Nos adentramos en el Parque Natural del Gorbea desde Orozko y subimos el Ipargorta (1.251 ms) y el Gorosteta (1261), que cierran el paraje de Itxina por la cara sur. En realidad son como una cumbre común, herbosa y amplia, en la que, no se sabe por quién o por qué fenómeno natural, en una de sus esquinas se acumuló un montón informe de rocas cortantes entre las cuales sobrevive una vegetación exigua. Molesto y desagradable de transitar ese Gorosteta, en el que tuve mi primer accidente. Al resbalar me apoyé instintivamente y mi mano izquierda que fue a dar en una de esas crestas de roca cortantes que se encargó de abrirme un buen tajo en mi dedo meñique.

El lugar de mi accidente
La subida a esa zona es bastante comprometida, aunque tiene buenas pistas y una señalización inmejorable, porque se tienen que salvar fuertes desniveles en poco espacio. Son de esas cuestas empinadas y continuas que Juanjo y yo denominamos "sin tregua". En la primera de ellas invertimos cuarenta y pico minutos con una pendiente continua de más del 10% de desnivel, con dos ligeros descansillos. Se llega, tras ella, a una vaguada totalmente pastoril, llena de cercados para el ganado, de tenas y de refugios que es de postal. Pero en cuanto has recobrado el aliento, miras los carteles y el que señala Ipargorta te sugiere que te quedan dos kilómetros y pico para 200 metros de desnivel. 

De todos modos el esfuerzo mereció la pena. El paisaje es impresionante, compartimos camino con ovejas, cabras, vacas y potocas y como el día estaba claro el panorama parecía infinito. Desde los montes de la costa, Jata y Sollube, hasta la Sierra Cantabria pasando por la Salvada o la Badaia. Enfrente el Aldamin y el Gorbea, detrás de ellos el Amboto, más atrás la zona de Aranzazu desde el Aketegi hasta el Aratzgane y al fondo, como un tapete en el infinito, la masa del Aralar con la silueta inconfundible del Txindoki. Por el oeste la mayor parte de los montes de los alrededores de Bilbao hasta las primeras estribaciones de la cordillera. Al bajar del Gorosteta, en una pequeña campita soleada y al socaire, disfrutamos de uno de los mejores bocatas de nuestras excursiones. Teníamos a nuestros pies todo Itxina, en frente el paredón del Lekanda, y nos dejamos impregnar del silencio que surgía de ese singular paraje. Más que bocata, banquete de naturaleza.

Solo se les ve como puntitos.
Estábamos en la cima y no teníamos teleobjetivo
Al emprender la vuelta vimos que un montañero nos hacía indicaciones para que mirásemos hacia el camino que baja hasta las campas de Arraba. El espectáculo era sobrecogedor, 40 o 50 buitres se habían apoderado del camino y, atareados en pelearse su bocado, no dejaban pasar a unos caminantes . El hombre, que había subido por aquel camino, nos contó que habían aprovechado el parto de una yegua para abalanzarse sobre el potrillo recién nacido y dar buena cuenta de él. La presencia de algunos montañeros impidió que hicieran lo mismo con la debilitada madre. O sea, que nos encontramos con una de las caras crueles de las leyes de la naturaleza.

En la bajada nos cruzamos con una gran cantidad de grupos que subían, y es que somos de los más madrugadores. Lo que más nos gustó fue comprobar que aún hay familias que suben con sus niños y niñas al monte en cuadrilla. Es una alegría saber que queda gente así con costumbres sanas y que saben transmitirlas a sus hijos. Otro personaje que nos impresionó, perteneciente al numeroso bando de los abuelos trotamontes, fue un hombre, al que le faltarían un par de telediarios para los ochenta, si no los había pasado ya, que al paso del buey cansado subió todas esas cuestas y además no callaba,como si le sobrara fuelle, comentando con su mujer todo lo que aparecía a su alrededor. En fin, una de nuestras mejores salidas.






domingo, 18 de mayo de 2014

Golpes de timón

Iba acompañando a una amiga, cuando sentí que alguien me llamaba. La voz provenía de un coche aparcado con las ventanillas abiertas por las que salía el inequívoco tufillo de la marihuana. Estaban en amable conversación o de negocios, dos fichajes a los que he dedicado alguna de mis historias en este blog. Me llamó la atención de que M estaba al volante y, ante mi extrañeza, se echaron a reír, como si lo más natural fuese tener un coche nuevo. Resulta que el coche, según me dijeron, ya tenía un año. Me fijé que en el asiento de atrás tenía la sillita de seguridad para el crío.  La moza hace sustituciones en un supermercado y él se ha olvidado de cuándo tuvo el último trabajo. Sus familias no están para echar cohetes y viendo a su lado a S que está metido en el mercadeo de drogas con  sus tíos... Verde y sin asas, si no me estaban tomando el pelo, las cuentas salen enseguida y dejaban bien a las claras de dónde provenían sus dineros. 

La familia de M era un desastre y en el instituto no hacían carrera con él. Le incluyeron en un grupo de atención especial en el que encajó perfectamente y cambió de actitud respecto a los estudios. Cuando el centro suponía que ese grupo podría seguir por segundo año, el director de turno, desde las alturas de su cargo en delegación, decretó que eso no hacía falta y que ya habían tenido bastante con un año. Lógicamente, ni M ni sus compañeros podían volver al aula normal, porque estarían perdidísimos. Intentaron situarlos en otros programas pero acabó en la calle apenas comenzado el curso. Si se hubieran mantenido un curso más en ese grupo se hubiese facilitado la maduración y la formación de sus componentes, pero, al romperse el proceso de atención que estaban recibiendo, se quedaron sin orientación y sin referencias. A día de hoy, la mayoría de los que yo conozco han acabado  sin oficio ni beneficio. Como otra compañera, B, que no consiguió centrarse ni siquiera en el programa de iniciación profesional, y, después de andar trasteando a lo tonto en la calle, terminó mal casándose con un hindú o similar y ahora se le ve tirando de niño ella sola, medio sostenida por su madre y viviendo del erario público.

El caso de S es de otro calibre porque proviene de una familia que ha estado sumida desde sus abuelos en medio de trifulcas, trapicheos y desmanes de todo tipo. De niño acabó recogido por Diputación, pero un día apareció su padre después de una temporadita en la sombra y dijo que se lo llevaba. Nadie le puso ningún impedimento a pesar de su historial y de que no tenía ni domicilio reconocido. De la misma lo dejó en manos de las abuelas que se llevaban a matar entre ellas. La una estaba más fuera que en casa y la otra no rige bien desde hace tiempo. Total que ya ha visitado centros de reforma, medidas judiciales de libertad condicional y todo tipo de llamadas a fiscalía de menores. Ahora ya tendrá que acabar en otros centros dado que anda por los 20 y está metido a fondo en el "negocio familiar"¿Quién dio permiso o permitió que un energúmeno, como era y es ese padre, se llevara al chaval en esas condiciones? ¿ Qué primó en esa decisión evitar un conflicto, quitarse una patata caliente del medio o no se consideraba un caso de riesgo grave?

Me gustaría hacer ver a los responsables que toman este tipo de decisiones desde la lejanía, mayor o menor según la importancia de sus cargos, las consecuencias que recogemos los que estamos a pie de calle. Estos ejemplos que he puesto y otro sin fin que habrá más allá de mi información, dejan bien a las claras que se pueden tomar decisiones que suponen un golpe de timón a la trayectoria de unos chavales y que, en un principio, parecen inocuas, pero que acaban marcando una dirección negativa en sus vidas... y a ver quién las arregla ahora. Con ellas se han quemado servicios sociales o educativos y también se han dejado sin recursos a los agentes -entre los que me incluyo- que desde el campo de la educación y de los servicios sociales estaban trabajando en esos casos. Se nos llena la boca cuando proclamamos que el bien del menor siempre es prioritario, pero luego se miran los números, los presupuestos, la normativa... y los más débiles suelen acabar, como es habitual por desgracia, más abandonados aún por las decisiones de los responsables de aplicar esas leyes o normas que, se supone, se han puesto para protegerlos.