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La cumbre de Ipargorta con la mesa de orientación. Al fondo el Gorosteta |
El lugar de mi accidente |
De todos modos el esfuerzo mereció la pena. El paisaje es impresionante, compartimos camino con ovejas, cabras, vacas y potocas y como el día estaba claro el panorama parecía infinito. Desde los montes de la costa, Jata y Sollube, hasta la Sierra Cantabria pasando por la Salvada o la Badaia. Enfrente el Aldamin y el Gorbea, detrás de ellos el Amboto, más atrás la zona de Aranzazu desde el Aketegi hasta el Aratzgane y al fondo, como un tapete en el infinito, la masa del Aralar con la silueta inconfundible del Txindoki. Por el oeste la mayor parte de los montes de los alrededores de Bilbao hasta las primeras estribaciones de la cordillera. Al bajar del Gorosteta, en una pequeña campita soleada y al socaire, disfrutamos de uno de los mejores bocatas de nuestras excursiones. Teníamos a nuestros pies todo Itxina, en frente el paredón del Lekanda, y nos dejamos impregnar del silencio que surgía de ese singular paraje. Más que bocata, banquete de naturaleza.
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Solo se les ve como puntitos. Estábamos en la cima y no teníamos teleobjetivo |
Al emprender la vuelta vimos que un montañero nos hacía indicaciones para que mirásemos hacia el camino que baja hasta las campas de Arraba. El espectáculo era sobrecogedor, 40 o 50 buitres se habían apoderado del camino y, atareados en pelearse su bocado, no dejaban pasar a unos caminantes . El hombre, que había subido por aquel camino, nos contó que habían aprovechado el parto de una yegua para abalanzarse sobre el potrillo recién nacido y dar buena cuenta de él. La presencia de algunos montañeros impidió que hicieran lo mismo con la debilitada madre. O sea, que nos encontramos con una de las caras crueles de las leyes de la naturaleza.
En la bajada nos cruzamos con una gran cantidad de grupos que subían, y es que somos de los más madrugadores. Lo que más nos gustó fue comprobar que aún hay familias que suben con sus niños y niñas al monte en cuadrilla. Es una alegría saber que queda gente así con costumbres sanas y que saben transmitirlas a sus hijos. Otro personaje que nos impresionó, perteneciente al numeroso bando de los abuelos trotamontes, fue un hombre, al que le faltarían un par de telediarios para los ochenta, si no los había pasado ya, que al paso del buey cansado subió todas esas cuestas y además no callaba,como si le sobrara fuelle, comentando con su mujer todo lo que aparecía a su alrededor. En fin, una de nuestras mejores salidas.