domingo, 10 de abril de 2016

Agur Ion!

Era miércoles con buen tiempo, o sea, una pequeña tregua en medio de tanto chaparrón. Orencio y yo habíamos aprovechado para una de nuestras escapadas al monte. Esta vez fue por los aledaños de El Regato. Estábamos iniciando el descenso cuando sonó mi móvil. "Será alguien de la caja porque tienen la virtud de pillarme en el monte cuando llaman", le comenté. Me sorprendió la voz de mi primo Luis. Cuando te llama un familiar sin más ya te pones en alerta. "Te llamo para decirte que ha muerto Ion", me soltó de entrada. Repasé mentalmente a velocidad de vértigo de qué Ion se podía tratar porque no me venía nadie a la cabeza. "De quién va a ser, mi sobrino". Me quedé paralizado. La muerte de alguien joven siempre impacta, más bien golpea, de una manera especial y cuando toca de cerca hiere: Ion estaba en la treintena. De todos modos, no me cuadraba porque los problemas que él pudiese tener no eran enfermedades graves, luego supuse que habría sido un accidente. "No, se lo ha encontrado su madre en casa, parece ser que ha sido cosa suya". Ahí ya me terminó de hundir y de amargar la mañanera. 

Qué cosas tienen estos casos, cuando alguien toma una decisión de éstas o se deja llevar por un arrebato, siempre consigue, aunque sea involuntariamente, que salgan a flote cuentas pendientes con los que quedan vivos. Lo primero que me vino a la cabeza fue que hacía pocas semanas, el día del funeral de su abuela, me repitió que quería hablar conmigo. Ya hace tiempo quedó en venir a Barakaldo porque necesitaba hablar muy en serio conmigo. Quedamos en la parada de bus de S. Eloy.
Estuve viendo pasar varios autobuses de la línea de Musquiz y de la del Funicular y no apareció, ni tampoco dio señales de vida por teléfono. Lo dejé pasar como una más de su manera de ser, esperando que volviera a llamarme. Me lo volvió a repetir meses después un día que acompañamos a su madre a Cruces y le dije que sí pero con un poco más de formalidad que la vez anterior. Definitivamente esa es una conversación pendiente que ya no podrá ser y que ha quedado bailando en mis tripas, con la mala conciencia de que me quedó algo por hacer, aunque entre dentro de lo probable que no hubiese servido para mucho. En fin, esa es mi cuenta pendiente.

Querido Ion, lo último que se me puede ocurrir es juzgarte o menospreciarte por lo que me dicen que has hecho. Es totalmente imposible conocer qué pasa por la mente de una persona en el momento de tomar una decisión así y, si esa persona es como tú con unas circunstancias similares a las tuyas, el hecho se convierte en un misterio. Pudo ser un bajón o un impulso irrefrenable que no pudiste controlar, igual que en otras situaciones de tu vida, no importa. En tu viaje por la vida has ido perdiendo trenes, soltándote de manos que te ofrecían algún asidero y encerrándote en tu pequeño universo, mientras alguien intentaba sostener lo insostenible. El caso es que puede que llegara un momento en que ya no pudiste más con tus contradicciones -o con vaya a saber con qué- y decidiste dejar de sufrir o de hacer sufrir. No seré yo quien te pida cuentas, quizás tenías carencias y problemas que te incapacitaban para llevar la vida que deseábamos para ti los más allegados y no fuimos capaces de val0rarlas. 

Al final has conseguido concitar con tu muerte un montón de cariño que igual no te imaginabas en vida. Menudo funeral te perdiste, porque desde tu asiento me temo que no se puede ver nada. Dejamos el coche en Ballonti y ya desde allí se veía un tropel de gente a las puertas del tanatorio, que ya te conocías de sobra. Predominaba el color negro, los pendientes o los palestinos en la mayoría del público, ya te puedes imaginar por qué. Nunca pensé que tuvieses tantos colegas. Así que allí estaba lo que quedaba de ti rodeado por tus dos familias: las de los apellidos y la de la calle. Nos costó Dios y ayuda buscar sitio y eso que llegamos con cierta antelación. María, como es tan menuda, tuvo que escurrirse entre la gente hasta llegar a la primera fila de todos los que estábamos en pie, si no se ahogaba. 

Después de la ceremonia de rigor, similar a la que viste en el funeral de tu abuela Carmen, tu hermana subió al micrófono y te dedicó una última canción punki que, al parecer te gustaba mucho. No veas cómo la cantaban muchos y muchas de tus amigos, sonaba con más fuerza que las canciones anteriores del funeral que las cantan unas pocas personas o el cura solo. Yo vi cómo varias chicas con pinta de duras y unos hombretones malencarados y tatuados lloraban sin cortarse un pelo. Una de ellas se adelantó en plena ceremonia a dejar un recuerdo en tu féretro, qué pena que no la vieras. Tampoco sentirías cómo tocaban con verdadera unción tu féretro según lo iban sacando. Es curioso que los que más lloraban no eran tus familiares, que estaban la mayoría con cara de circunstancias, sino tus colegas.
A mí también se me cayeron unos buenos lagrimones contagiado por ellos, mira por dónde es la primera vez que la música punkie me hace llorar. Qué pena que te perdiste una de las mejores cosas que te han pasado en la vida por las muestras de cariño y de dolor que te dedicaron. Al final, una vez más, diste la campanada, ya te vale. Gracias por lo que pude aprender contigo y perdona si no te puse fácil el tomar ese café o esa birra juntos. Agur Ion.