domingo, 4 de julio de 2010

UN VOTO POR LA ESPERANZA


" Mucha gente pequeña


haciendo muchas cosas pequeñas


en muchos sitios pequeños,

puede cambiar el mundo"



Me encontré esta frase por casualidad mirando una noticia en uno de esos correos que alguien conocido te envía en plan militante para que uno se mantenga al tanto de los sucesos sociales más alarmantes. Después de lo escrito en algunas de mis anteriores entradas y en medio del ambiente pesimista que se masca por doquier - a parte de la efímera euforia futbolística del momento-, el leer esta frase ha resultado ser para mí todo un oasis en el que he podido refrescar mis pensamientos y, mucho más importante, mis sentimientos. Ante toda la movida macroeconómica y política es muy fácil caer en el desencanto, porque realmente uno se da cuenta de que no puede hacer gran cosa por más que se empeñe.




He meditado mucho, sin embargo, con esa frase. Ha supuesto para mí un revulsivo eficaz para no perder la perspectiva y para tener presente que, en medio de tanto ruido mediático, los que salen a la palestra para lucir el palmito, y poco más, no son los que van a cambiar el mundo. En todo caso intentarán hacer chapucillas para que siga por los mismos derroteros. De hecho, son las hormiguitas laboriosas esparcidas por todo el planeta las que grano a grano están consiguiendo paliar el hambre y la miseria en los países depauperados, no las solemnes declaraciones de las convenciones internacionales. El trabajo y los esfuerzos,las más de las veces desapercibidos, de una nube de células altruístas son las que pueden conseguir hacer de la sociedad un organismo cohesionado y solidario donde nadie se quede tirado, más allá de las proclamas y de los aspavientos de los que se creen importantes por su capacidad de decisión.




En mi colección de salmos apócrifos de los años 80 titulé uno de ellos "Con amargo complejo de enano". Hoy tengo ganas de cambiar el título o el salmo entero. Seguiré siendo un insignificante enano pero sin complejos y, menos aún, con la amargura de creerse impotente. Nadie nos puede negar la opción de convertirnos en una de esas células madre que donen vida donde estén y, a falta de otra posibilidad, aportar nuestros granitos para que a través de alguna de esas hormigas puedan hacerse fecundos.