jueves, 7 de noviembre de 2024

Y vasca: progreso ¿a qué precio?


El lunes 4 de noviembre nuestro grupo de senderismo se desplazó al valle de Atxondo para disfrutar de la senda verde que llega hasta Arrazola, a los mismísimos pies de la Dama de Amboto. Ya a lo largo del viaje me fui fijando en los nuevos desmontes que aún no había visto y me pareció que suponían un auténtico e incontrolado escarnio del entorno. El mayor impacto lo recibí al descender del bus de línea en Apatamonasterio y contemplar esos pilares de hormigón de una altura, que se antoja interminable mirando desde su base, apuntando al cielo como un insulto de prepotencia y de apropiación indebida del espacio. Mis colegas del grupo ya habían sufrido los inconvenientes de las obras cuando hicieron esa ruta en años anteriores, pero yo no pude participar en ella por motivos de salud, y ya se lo esperaban. 

Así tendríamos que ver el Amboto

    Me sigo preguntando en qué medida merece la pena vender nuestra tierra a un no se sabe quién que, como un dios Moloc, lo sacrifica todo a sus interese privados en el altar del fomento de las comunicaciones y del progreso económico. Me vino a la cabeza el poema de Gabriel Aresti "Nere aitaren etxea defendituko dut" (Defenderé la casa de mi padre). Este hermoso país es esa casa, una herencia que no podemos desperdiciar. Lógicamente a todos nos parecerá estupendo el día de mañana poder disfrutar de un AVE para tener la mayor comodidad en las comunicaciones ente los tres territorios. Me imagino, por ejemplo, a todos los que tienen que acudir a trabajar o a estudiar a Vitoria. Aplaudirán con las orejas el día que lo tengan en marcha. De todos modos me sigo preguntando  si merece la pena destrozar un paisaje y unos recursos naturales como los de nuestro país por llegar media hora antes a un determinado destino.


Desastre aparte, ello no impidió que disfrutáramos de un mañana deliciosa. Según nos acercábamos a Durango percibimos que en los cristales del bus aparecían gotas de lluvia, lo que alarmó al personal pues las previsiones metereológicas nos habían vendido un día despejado. Al comenzar la marcha también nos cayeron cuatro gotas que desaparecieron enseguida. Luego el día despejó y nos ofreció un resplandor especial en el verde de los pastos. A pesar de haber entrado ya en noviembre la mayor parte del arbolado  solo había comenzado tímidamente a teñirse de otoño. La marcha fue tranquila y agrupada hasta llegar al área de descanso final donde solemos hacer parada y fonda, además de aprovechar las instalaciones para alivio del personal.


Después de las inevitables y repetidas fotos, ampliamos la ruta subiendo hasta el barrio de Axpe, que además de su fama gastronómica, tiene un entorno envidiable con unos edificios y caseríos bien cuidados y unas vistas privilegiadas a la crestería entre el Alluitz y el Amboto, en la que se recorta perfectamente el paso del Diablo, famoso por su peligro. Varios componentes del grupo han recordado que en los años 70 un chico de Barakaldo se mató en ese lugar y que hubo una misa montañera al pie de la roca con los grupos a los que pertenecía. Por mi parte debo confesar que cuando subí al Alluitz y llegué al cortante, me asome y di vuelta para atrás, sin pensármelo dos veces. Con las cosas de comer...

    El regreso, lógicamente, fue todo cuesta abajo y hubo que tener especial cuidado por la condición resbaladiza de la acera, pero no hubo que lamentar ningún percance. Al final de la cuesta giramos a la derecha y dejamos la carretera al llegar a la ermita de S. Martín por donde accedimos de nuevo a la vía verde. La mitad se quedó a comer y la otra mitad llegamos justo a tiempo para coger el directo de Durango por la autopista, así que a las 14;30 estábamos en Barakaldo.