jueves, 19 de agosto de 2010

LA PLAGA DE LOS "NINIS"


Se ha puesto de moda este término de ninis para designar a los jóvenes, más o menos entrados en años, que siguen viviendo de sus familias y ni trabajan ni estudian ni se preocupan por seguir formándose. Como lo que quieren es trabajar y no hay trabajo, pues hay que mantenerlos y cuidarlos, que si no los pobres igual se nos deprimen o cosas peores. Haberlos había, y quien más quien menos, era consciente de la existencia de estos fenómenos. Pero cuando ha publicado UGT las estadísticas me he quedado aterrorizado al percatarme de que podrían llegar a una cuarta parte de la población juvenil en edad de trabajar. Lo dicho una plaga.




He escuchado en la radio unos comentarios de sesudos tertulianos a los que se les planteaba que diesen su opinión sobre las causas de este fenómeno. Es muy fácil caer en el simplismo de echarle la culpa a la crisis sin más y como no podemos arreglarla pues no nos queda otra que aguantar. Alguno de ellos bienintencionado aventuró la tésis de que puede haber muchos jóvenes que abandonaron su formación picados por el dinero fácil de la construcción o de los servicios en la época de bonanza, y ahora, que tocan las duras, se encuentran sin ofico ni beneficio ya que han perdido el tren de la cualificación. De todos modos, esta no es la situación del hijo de la ginecóloga que atiende a María. Es un niño rico que ni ha terminado la carrera ni quiere dar un palo al agua, eso sí, sale todas la noches de copas. Por esto y por otros testimonios que se escuchan, puedo colegir que esto de los ninis es un asunto interclasista, esto es, que puede afectar a todas las capas de la población sin distinción social, económica, religiosa o de sexo.





Tengo a diario un testimonio feaciente de lo bien que se lo mantan los componentes de este colectivo posmoderno. A escasos metros de nuestras ventanas, en los bancos del parque al que da nuestra fachada, se suelen juntar todas las tardes y las mañanas de los festivos un conjunto de veitañeros y de veinteañeras -alguna, que no alguno, con criatura incluida- a compartir sus aventuras, sus conflictos y sus canutos. Todos visten de punta en blanco y de marcas. Hacen ostentación de coches, motos y de todo tipo de juergas. También nos dan la pelmada en las noches de verano, cuando no se pueden cerrar las ventanas y se les escucha todo. De estas conversaciones transmitidas al vecindario a nivel de megáfono se puede deducir que no dan un palo al agua y que campean a sus anchas sin más compromiso que hacer lo que se les antoja en cada momento y que nadie se les interponga en medio.




A mí y a cualquiera se le pueden ocurrir unas cuantas preguntas elementales ¿De dónde sacan el dinero, quién les limpia el modelito de cada día, quién les da de comer, quién les pone el piso... a cambio de nada? ¿Con ese tren de vida alguien se puede plantear buscar trabajo, someterse a la disciplina laboral, adquirir compromisos familiares...? Está claro a dónde van a ir a parar todas las respuestas. Esta es una plaga de sanguijuelas instaladas en familias de todo tipo, desde la médico ricachona hasta la viuda que está cobrando la renta básica u otras ayudas sociales, incapaces de quitárselas de encima. Y lo peor de todo es que acabaremos pagando a estos parásitos el resto de la ciudadanía cuando hayan terminado de desangrar a sus progenitores.