Lunes 17 de junio. Quedamos en Beurkoberri a las 9 horas para coger el bus que nos lleva hasta La Arena, que llegó con un cuarto de hora de retraso. Fuimos veinticuatro, un buen número, para hacer el recorrido medio costero, medio campestre de Pobeña a Muskiz. Estaba previsto que, como la senda de Itxaslur estaba cortada por obras, haríamos la ruta por el interior hasta Kobarón siguiendo las señales amarillas del camino de Santiago. Ya desde la parada se comentó que algunos habían escuchado en la radio que ese mismo día iba a quedar abierta. En efecto, al llegar a las conocidas y temidas escaleras vimos que habían desaparecido todos los carteles que avisaban del corte por obras. Así que nos lanzamos a esa primer prueba, que es una de las más famosas dentro de los recorridos oficiales. Como en las retrasmisiones del ciclismo, era de esperar que se estirase el pelotón en la subida. Los primeros esperaron tranquilamente a que todos estuviéramos arriba para reemprender la marcha, porque no todos tenemos la misma disposición de piernas o de fuelle.
Disfrutamos de las magníficas vistas sobre la playa y el resto de la costa que se va divisando. A lo largo del camino nos fuimos cruzando con un buen número de peregrinos, mejor dicho, de peregrinas que fueron mayoría aplastante. Sin mayor problema, ya que un imponente cornudo nos dejó pasar, llegamos a Ontón, donde estaba estipulada parada y fonda. Una amable peregrina nos sacó la foto oficial de grupo y a otras dos les estuvimos indicando el trayecto más corto para llegar a Castro, si es que se enteraron de algo.
Ya de vuelta, el sol apretaba bastante. Al dejar atrás Kobarón, los que íbamos por delante nos fijamos que se había formado un grupo a mitad de cuesta que hacían señales. Un golpe de calor había dejado fuera de combate a nuestra compañera Marian. La acomodamos como buenamente pudimos en el arcén sobre nuestras sudaderas. La rodeamos para que tuviera sombra y las compañeras sanitarias hicieron su labor: se la tumbó, le dieron agua con azúcar, le mantuvieron las pernas en alto... Lucía avisó a la ambulancia que se tomó su tiempo, como suele suceder en estas ocasiones. Es de señalar que varios coches pararon para ofrecerse a llevarla. Viene bien comprobar que queda buena gente en el mundo. Por fin, llegó la ambulancia y para entonces nuestra compañera se había recompuesto un poco y había recuperado algo de expresión en la cara, pero de andar... A todo esto avisamos por teléfono a los que ya estaban al final de la cuesta para que bajaran. Se había hecho ya tarde para completar el recorrido previsto, así que volvimos para atrás. Esta vez no repetimos el recorrido de los acantilados sino que atajamos por el camino que teníamos previsto haber cogido de inicio. Al final del mismo nos percatamos que comenzaba con una subidita un tanto exigente, así que o escaleras o rampa.
En Pobeña se quedaron a comer nueve personas y el resto seguimos hasta la parada del bus. Nuestro asesor de líneas de Bizkaibus nos advirtió que ya habíamos perdido el de las tres, pero que ese mismo día se había puesto en funcionamiento el directo de Cruces a La Arena, que, aunque iba a salir un cuarto de hora más tarde, iba a llegar antes del de y treintaicinco. Así fue, en un plisplás estábamos en Landeta. A lo largo de la tarde nos mantuvimos en contacto con Miguel y con Marian a través del wuahsapp hasta que nos comunicó que ya le habían dado de alta en Cruces. En fin, una experiencia más que nos ha puesto a prueba como grupo y que, en mi opinión, hemos superado con nota, a pesar del típico desconcierto que se forma en estas ocasiones. De todos modos, mejor que ya no haya más. Y ya nos ha quedado claro cuál es la medicina milagrosa: agua, agua, agua.