lunes, 18 de julio de 2011

¿A DÓNDE VAMOS A PARAR?


Algunos sentimientos personales
 ante el desastre económico actual

Sinceramente, en días como hoy da hasta miedo poner el telediario o escuchar alguna de esas tertulias de la radio, dedicadas a arreglar el mundo a pesar de los políticos, de los jueces o de las autoridades monetarias. Todo se resume en caídas de la bolsa, países en deuda o intervenidos: Grecia, Irlanda, Portugal, ahora España y le rondan a Italia y, para rematar el panorama, los yanquis dicen que se pueden declarar en bancarrota. En un momento dado, parece que nos vamos a arruinar todos y no sabemos quién se va a quedar con todo lo que nos va a desaparecer, porque esfumarse no se va a esfumar, digo yo. Para un humilde ciudadano que sabe de economía lo suficiente para llevar con cierto orden las cuentas domésticas, todo este embrollo se le antoja un misterio en cuya solución no tiene capacidad para hacer nada y, lo que es aún peor, que le da la sensación de que los que teóricamente mandan tampoco pueden hacer gran cosa. O sea, dicho simbólicamente, tenemos la sensación de que una gigantesca boa constrictor, invisible y de tamaño incalculable nos está apretando los anillos hasta que estemos listos para ser deglutidos.

Para librarnos de estas angustiosas sensaciones, nuestros políticos se están enzarzando en otra de las suyas diciéndonos que la situación es catastrófica e insostenible –hasta ahí ya habíamos llegado nosotros solitos- por lo que hace falta alguien que dé “confianza” para sacarnos de ahí. Claro que nunca coincidirán en señalar quién es ese sujeto, mientras se ponen a parir unos a otros lo que acaba por producir más desconfianza en los ciudadanos. He escuchado decir por enésima vez al portavoz del PP que la única manera de superar la crisis es dar “confianza” a los mercados. Para ello reclama elecciones inmediatas como piedra filosofal que lo recompondrá todo porque van a ganar ellos. Me he quedado pensando en la palabra clave que aparece en todas partes: “confianza”. Pero me he fijado en un matiz que la pervierte “a los mercados”. Claro, la de los ciudadanos les importa un pimiento porque buscan su voto nada más como quien vende seguros de vida a un desahuciado. Los mercados no necesitan confianza, es una palabra absurda para su lógica. Para qué la quieren si tienen la sartén por el mango, lo suyo es exigir condiciones: ajustes, recortes, despidos... Pero no pierden ojo, se quedan al acecho del que no llega a satisfacerlas para dar cumplida cuenta de él, como predadores que saben muy bien atacar a los más débiles de la manada porque corren menos o no se pueden defender.

Sinceramente, me siento impotente y angustiado porque me parece que todos los sabios en esto de la economía no dicen lo que saben o no saben lo que dicen, ya que no se les entiende su jerga, y, a la vez, ninguno da señales de saber qué hacer. Los que tenían que prever esto no lo supieron, o no lo quisieron ver, los que montaron este cisco han salido de rositas, las autoridades y los organismos reguladores ni se ponen de acuerdo ni están seguros de sus propias propuestas y, a todo esto, los países más pobres y los más pobres de los países desarrollados se quedan con una mano por delante y otra por detrás, como se decía antiguamente. Una vez más, pagamos justos por pecadores y los más débiles son los que caen impunemente en las fauces de estos predadores, aunque sean del privilegiado club del euro. Visto lo visto, a uno ya no le queda otra que quedarse esperando a ver si nos puede tocar también a nosotros.

domingo, 17 de julio de 2011

FACUNDO CABRAL, IN MEMORIAM

Me he quedado de piedra al escuchar la noticia por la radio. En un primer momento pensé que era una coincidencia porque solamente había oído el apellido, pero enseguida comprendí que se trataba de él. Un comando de facinerosos le había descerrajado dos tiros en la cabeza. Uno sigue sin querer afrontar la dura realidad, pero siempre quedan seres abyectos que son capaces de quitar de en medio a quienes no les gustan o les resultan incómodos, sin más razón de que me da la gana.

Como si de un acto reflejo se tratara, vino a mi memoria aquella noche memorable de 1974 en que se presentó en Salamanca. En un teatro principal abarrotado de estudiantes ansiosos de escuchar y de gritar verdades de a puño, nos hizo cantar con él sus canciones más conocidas, mientras improvisaba variaciones y milongas sobre la situación política que ya comenzaba a oler a muerto. Los aplausos, las consignas, las peticiones de más canciones estuvieron atronando el recital, aunque a la salida teníamos que guardar la compostura por si acaso.

Ahora le han callado de golpe, así no podrá seguir molestando a magnates y a dictadores, ni, por desgracia, dando aliento a quienes necesitan revelarse ante las situaciones injustas que les hayan tocado vivir. Facundo no ”era de aquí ni de allá” sino que era de todos los lugares en que hubiese alguien que pelease porque el ser feliz sea “el color de identidad” de todo el mundo. Los que te conocimos te llevaremos en lo mejor de nuestros recuerdos, no lo dudo.