martes, 5 de noviembre de 2013

Hay suicidios y s u i c i d i o s ...

Saúl -por llamarle de alguna manera- es un chaval de 19 años, pero si le ves te lo tienen que repetir varias veces porque no te lo crees. Es excesivamente delgado además de no levantar más allá del 1,60. Tiene una cara aniñada y va ordinariamente desaliñado. Sus ojos, grandes y redondos pero inexpresivos, transmiten una mirada fría de desconfianza. A pesar de su aspecto menudo es capaz de montar unos líos espectaculares. Conocí a Saúl cuando estaba cursando primero de ESO. La educadora de su instituto me llamó la atención sobre él porque, sin mediar aviso, comenzó a tener unas actitudes extrañas, ausencias a clase poco o mal justificadas y llevaba ya, a poco de empezar el curso, un buen carro de pencos. Resultaba imposible establecer la más mínima conversación con él y se escurría como una anguila. En el curso siguiente tuvo que repetir primero y para ello se cambió inesperadamente de instituto. Aquí es donde comenzó a faltar sistemáticamente a clase. Se le ofertaron recursos especiales de apoyo escolar pero no quiso saber nada. A todo esto la familia no daba señales de vida. Más tarde me enteré de que fue a raíz de la separación de los padres cuando comenzó a tener las conductas disruptivas. De todos modos ya antes había sido un niño transparente para la familia porque con los líos de los mayores nadie le hacía caso. Sin embargo tuvo que hacerse cargo de su hermano pequeño en numerosas ocasiones, lo que colaboró también a acrecentar su absentismo escolar.

Aplicando el protocolo de absentismo les citamos en el Ayuntamiento. Se presentó la madre con el chaval. Nos quedamos asombrados por la frialdad de ésta. Estuvo mirándole a distancia como quien tiene que estar allí porque sí, como si aquello no fuera con ella. De todos modos, le sugerimos a la madre que pidiera ayuda a los servicios sociales, tanto para apoyarle a ella en su situación de familia monoparental, como para atender los problemas que Saúl manifestaba. No nos hizo caso ni a nosotros ni a las llamadas de la educadora correspondiente.  La entrada en la adolescencia de Saúl fue tremenda,  llegando a generar conductas agresivas tanto en el instituto como en su casa. El fracaso escolar estaban cantado y no puso el mínimo interés en evitarlo. Acabó en un PCPI en el que tuvo que ser expulsado en no pocas ocasiones. Le dieron varias oportunidades para que no se quedara sin título, pero su respuesta fue participar en algún robo y en la extorsión de la marcha de su grupo. A menudo se presentaba fumado o colocado, por lo que no podía estar en un taller con herramientas que resultaban peligrosas en ese estado. Lógicamente todo esto lo hizo en comandita con otros compañeros de viaje, que en ese momento se encuentran bajo medidas judiciales.

A todo esto, la madre ya había establecido relación con otra pareja, lo que acrecentó el despecho del chaval y su violencia. Es entonces cuando la madre se presenta en el centro y en los servicios sociales para pedir auxilio y atención urgente. Pero a estas alturas todas las medidas que pusieron a su disposición fueron inútiles. Saúl las rechazó todas. La ocurrencia siguiente fue decidir que el chaval se tenía que ir con el padre porque resultaba peligrosa su estancia en la familia. Pero el padre no tardó en dovolver la patata colienta por donde había venido. Sé que ha estado ingresado en urgencias en un estado de anemia galopante y que sigue metiéndose de todo lo que pilla porque seguía con la cuadrilla de antes y es fácil que acabe como ellos. Ultimamente le he perdido la pista pero prefiero no tener noticias de él, porque seguramente no serán muy alagüeñas.

A lo largo de los últimos años de mi vida laboral se me han ido ocurriendo dichos, a modo de sentencias, fruto en su mayoría de la mala leche que se le pone a uno después de darse de cabeza contra el muro de la impotencia o de la desidia en casos como éste. "La falta de afecto es igual que la mala alimentación: no deja crecer". Hoy traigo aquí este ejemplo que me llena de pena y de rabia al mismo tiempo. Saúl es una víctima del agujero negro más peligroso que he encontrado: el haber crecido sin sentir afecto ni atención, sobre todo provenientes de los progenitores. Acaba siendo un activo peligrosísimo que se traga a la persona y que conduce a los menores al deterioro  psicológico, físico y social e incluso a la autodestrucción y, por qué no decirlo, al suicidio, aunque éste se vaya haciendo a cámara lenta y dure casi toda una vida.