Hace unos días fui a hacer una vista a mis antiguos compañeros del centro de formación profesional básica que está en Lutxana. Fui a interesarme por la situación de un alumno nuevo cuyo padre estaba muy preocupado. En la charla con el tutor salió el tema recurrente de cómo había cambiado el tipo de alumnos destinados al centro desde que yo me jubilé. Me dijo una expresión plástica y muy definitoria del nuevo perfil del alumnado actual. Además de su pasividad ante el trabajo, era chocante la escasa o nula reacción ante las contrariedades o las sanciones. Lo que más me llamó la atención fue la última característica que me señaló: no se puede hablar con ellos porque no responden ni hablan, se limitan a emitir monosílabos, encogerse de hombros o mover la cabeza. Siempre llegamos al punto en el que echamos de menos a aquellas generaciones conflictivas y contestonas, con las que aún se tenía esperanzas de conseguir algo si se encauzaban sus energías negativas.
Al día siguiente me encontré en la calle con una educadora veterana de uno de los centros de atención a jóvenes de los servicios sociales y ente bromas y veras recordando los tiempos en que tuvimos que coincidir en algunas intervenciones, hizo referencia a la gente de hoy en día con la que tienen que trabajar y me dijo las mismas expresiones que el tutor. Cada día parece más difícil entablar conversación con ellos. O sea, por lo que parece, los adultos cada vez hablan, o intentan hablar, menos con los menores, tanto en las familias como en los centros escolares.
Ayer María y yo nos dimos una vuelta al atardecer por el botánico. En un área de juegos infantiles que está a la entrada vimos a una cuadrilla de chicos entre once y doce años, que intercambiaban algo con sus móviles y solo gritaban algún que otro taco o expresiones soeces. Un poco más adelante, asentados en fila codo con codo en el pedestal de una columna de farolas, vimos un grupo de unos diez críos, menores de diez años, cada uno con su móvil absortos y sin que se escuchara uno sola palabra. Ya en el interior del parque se repitió la escena, solamente cambiando la edad de los componentes que ya pasaban de los deciséis años. Mira por donde, tampoco mantiene conversaciones entre ellos. Curiosamente observamos que todos eran chicos, solamente vimos una cuadrilla solo de chicas, de una edad como para estar a punto de comenzar la secundaria, que sí charlaban animadamente llenando el ambiente con sus característicos gritos, mientras picaban algo de unas bolsas de chuches. Menos mal que algo se salva, pero, si siguen así las cosas, me pregunto si en adelante podrán tener algo que decirse las parejas del futuro.
En fin, entre que hay que hacer una gracia para que los peques puedan lucir un móvil -que aprenderán a manejarlo más rápidamente que los adultos que se lo han regalado-, que cómo luego no va a tener algo a nivel de sus compañeros y cuando llegan a cierta edad exigen cambiar de modelo no sé cuantas veces para estar a la última, se está vendiendo la educación, la relación familiar y el desarrollo personal y social de los hijos a unos entes que les absorben desde no se sabe dónde a un mundo virtual donde no necesitan más que apretar botones para encontrar lo que quieren, o lo que les hacen querer después de lavarles el cerebro.