Ayer asistí atónito al lamentable espectáculo que nos ofreció la televisión pública en la esperada gala para seleccionar la canción representante de España en Eurovisión. En primer lugar me pareció fuera de buen gusto el exhibir a unas jóvenes casi en paños menores, además de ir condimentadas con unas coreografías provocativas y carentes de estética. Pudimos oír cómo desde sus preparadores se les pedía a algunas de ellas que se mostraran sexys para triunfar, como si esa fuera la clave principal del éxito.
O sea, que algunas de las concursantes se dedicaron a hacer contorsionismo en vez de cantar con afinación -que brilló por su ausencia en la mayoría- y con una expresión corporal acorde a lo que se quería transmitir. No pocas letras pasaban de lo insulso a lo rastrero con términos procaces impropios de un representante oficial de un país. En sus discos particulares que digan lo que quieran, pero aquí estaban fuera de contexto. También tuvimos que tragar todo el pasteleo y todas las ñoñeces que se dijeron por parte del jurado, de algunos profesores o de los autores.
Menos mal que apareció un tema cargado de humor y buen rollo que podrá bailarse en las fiestas populares y se llevó la palma. Al menos se pudo salvar los muebles, a mi modo de entender, porque el tema ganador transmite alegría sana, aunque nos tengamos que conformar con que el intérprete sea un tipo simpático porque lo de buen cantante le queda lejos. De todos modos, lo de quedar de los primeros en Eurovisión nadie se lo espera. Eso sí, habrá alguna gente mosqueada porque para representar a España va a ir una rumba catalana, compuesta por un catalán e interpretada por un catalán. Vaya coña ¿no?