viernes, 15 de enero de 2016

Las vueltas de la vida

Los miércoles suelo ir con mi amigo Orencio a dar un paseo montañero por los montes más cercanos, aunque también hemos hecho alguna escapadita algo más alejada. No suelen ser muy largos porque los tomamos con tranquilidad y lo que no nos da tiempo hoy, pues lo retomaremos la semana que viene, y si nos equivocamos de camino, seguimos a ver con qué novedades nos encontramos. Cuando llega la hora, vuelta y hasta la próxima. Orencio se conoce multitud de sitios por los montes y por los lugares curiosos de los alrededores, tanto de la zona minera, como de las encartaciones o la zona del Nervión y los montes de Bilbao. Tiene una curiosidad innata para fijarse en todo lo que aparece a nuestro paso: observa las poblaciones, los caseríos, las hondonadas, los restos mineros...tiene una verdadera debilidad por las praderas y le gusta descubrir en qué sitios se está sustituyendo los pinos por el bosque autóctono. En realidad su prioridad no es llegar a la cumbre, sino ir descubriendo caminos y disfrutar con lo que encuentra. 

Artiba
Me está enseñando últimamente los tesoros paisajísticos que se ocultan en la cara norte del macizo del Ganekogorta, desde Alonsotegi o La Quadra hasta el Pagasarri o el Gallarraga. Se ha empeñado en volver a los pequeños embalses que hay en esa zona porque son lugares que le encantan. En realidad son charcos grandes con una presa que recojen los arroyos del macizo por esta cara, pero están rodeados de bosques y parajes preciosos. El mes pasado me llevó al de Artiba que suministra agua a Barakaldo. Después dimos una vuelta por la aldea del mismo nombre que está perdida a 400 metros de altitud y me estuvo comentando todas las modificaciones que encontraba desde la última vez que estuvo por allí. Para finalizar subimos a la cercana cumbre de Tontorra y volvimos al coche. Ayer estuvimos en el embalse de Lingorta subiendo desde La Quadra. Era impresionante encontrarse rodeado de bosques y barrancos justo al pie de la cumbre occidental del Ganekogorta y de la cara rocosa del Gallarraga. Como es de rigor en estos sitios, la subida es bastante vertical y solo queríamos llegar al collado que separa ambas cumbres, porque el tiempo no daba para más. He rastreado algunas fotos de estos entornos para acompañar esta entrada.

Lingorta. Al fondo la cumbre del Gallarraga
Creo que, una vez más en mi historia, el monte me ha servido de paradigma para enfocar mi vida. Hasta ahora priorizaba llegar a las cumbres y cuanto más altas mejor, para contemplar los paisajes y sentir la satisfacción de superar las dificultades propias del terreno. En estos momentos me estoy dando cuenta de que, sin renunciar a lo anterior, hay otros espacios a disfrutar y a descubrir, que, con las prisas o yendo por las rutas de siempre, pasan desapercibidos. Los que hemos sido gente de acción y nos hemos empeñado en proyectos o iniciativas novedosas, hemos corrido el riesgo de haber estado muy ocupados empleando energías y devorando el tiempo con no pocas urgencias. Es probable que hayamos conseguido logros interesantes y que eso nos haya llenado de satisfacción. Ahora, sin embargo, cuando ya no estamos para derrochar fuerzas, la vida y el cuerpo nos cambia la marcha. Eso no significa, de ninguna manera, que renunciemos a descubrir otros espacios en los que disfrutar de la vida con más quietud, pero no con menos intensidad. Es una gozada contar con compañeros de viaje como Orencio, que sin pretenderlo nos aportan mucho más que la simple compañía en los paseos.
Collado entre el Gallarraga y el Ganekogorta