jueves, 3 de junio de 2021

No es país para pobres ni para viejos

 Estamos en un tiempo de brechas, y no de las que nos hacíamos de niños jugando o de las que son resultantes de algún accidente. He recordado el libro más escéptico de la Biblia, el Qohelet o Eclesiastés, que se ríe de las ambiciones y de los planes de los humanos. Todo lo reduce a tiempos: tiempo de nacer, tiempo de morir, tiempo de lluvias, tiempo de sequías... O sea cuando menos lo esperas estás en uno de esos tiempos y no te sirve de nada hacerte ilusiones. En el siglo pasado nos preocupaban las diferencias de clase, las diferencias culturales...



En esta nueva era de la tecnología que se ha inaugurado -sin pedirnos permiso- en este siglo XXI  creo que hemos pasado a un tiempo de brechas. Ya desde el comienzo éstas se están ahondando vertiginosamente y llevan las de acabar haciendo inhabitable este mundo para los que les toque estar - también sin haberles pedido permiso- en el lado equivocado de alguna de las brechas. En realidad, una de ellas te va llevando a las otras hasta que se hace imposible saltar o salir del pozo: brecha salarial, brecha de género, brecha tecnológica, brecha social, brecha económica...brecha de edad, edadismo que es el palabro que se ha puesto de moda.

En este "tiempo de brechas" que nos está tocando vivir, vemos impotentes cómo éstas son el resultado inevitable de un desarrollo global despiadado que funciona a dos velocidades. La más rápida será cada día más rápida, la más lenta va a retrasarse más de un modo exponencial. Esta diferencia  va a dejar una ingente cantidad de población  atrás, con una mayor escasez de recursos y con grandes dificultades para acceder a los imprescindibles. Esas brechas globales repercuten también en nuestro día a día, añadiendo otras más locales, que afectan sobremanera a la población más débil.


O sea, el personal sin recursos y los mayores más mayores, la mayoría mujeres. Este sector  de población resulta invisible para los poderes fácticos y los representantes públicos, porque no quieren verlos: molestan para sus planes y su supuesto progreso. Tanto bancos como instituciones públicas imponen unas condiciones de acceso a sus servicios para lo que no están preparados, ni cuentan con recursos para contratar a profesionales que se lo resuelvan. Es lo de siempre: o cuentan familiares que les saquen del apuro o, en caso contrario, siempre habrá buenas vecinas, voluntariado y asociaciones dispuestas a todo. "Así que no se quejen que no es para tanto": se suprimen atenciones personales, se cierran cajas o se reducen horarios, se suprimen libretas, se exigen citas previas a través del móvil o de máquinas, se obliga a hacer gestiones en páginas web o en App...

Se está programando un país de óptimos en el conocimiento, en la industria, en el sector servicios, en I+D+I... lo cual es importante e, incluso, imprescindible. Queda por esperar que ese mismo nivel se aplique para los servicios y atenciones que pueden necesitar aquel personal que no ha tenido la suerte o las oportunidades de ponerse al día en la vertiginosa carrera de desarrollo tecnológico, porque ha tenido que sobrevivir a base de sueldos de miseria o de rentas mínimas. Lo dicho: si siguen las cosas en este plan, los pobres y los viejos se pueden ir apeando de este país, porque esto no ha hecho más que empezar.