sábado, 10 de diciembre de 2022

Lunes de senderismo 11


 Por fin, como dice el refrán, a la tercera fue la vencida. El pasado lunes cinco, a pesar de estar al comienzo del puente de la constitución, diecisiete esforzados senderistas nos animamos a hacer el postergado sendero de Saldropo. Fueron veintidós los que se habían apuntado pero a última hora cinco se fueron descolgando. Disfrutamos de una mañana excelente, no tan fría como esperábamos. El viaje de ida nos resultó rápido, así que para antes de las once estábamos en el aparcamiento de Saldropo preparando el papeo y aprovechando algunas mesas en las que daba el sol, porque a la sombra no se podía estar quieto. Antes de ponernos en marcha algunas proponían ir a ver la cascada de Uguna. Echamos cálculos y, si queríamos ver el hayedo con calma, no nos iba a dar tiempo para llegar a Ubidea y comer antes de coger el bus de vuelta. Así que nos dirigimos al Calero y luego seguimos la senda del humedal. Al llegar a la otra pista que también lleva al aparcamiento, encontramos una señal que marcaba la dirección del aparcamiento de Otzarreta. 


Fue un buen hallazgo que nos ahorró la vuelta por las pistas. El camino se fue difuminando y pudimos disfrutar durante un buen rato de una alfombra de hierba verde y tupida, cortada al ras por los poderosos incisivos de las yeguas que pululaban por aquellos prados. Luego vino el salto del arroyo pisando leños y saltando por encima de una tubería de hormigón ¿Quién dijo miedo? Nadie se quedó atrás y fue uno de esos momentos en los que nunca falta la ayuda de los compañeros y compañeras. Tuvimos suerte, porque con lluvia aquel tramo nos hubiese ido bastante mal. Entramos en el hayedo y anduvimos paseando y sacando mil fotos, invadidos por el embrujo de este mítico y ancestral paraje. Por fin conseguimos juntarnos y una amable joven se ofreció, con mucho cariño, a hacernos la foto de grupo, para descanso de nuestra fotógrafa oficial.


Remprendimos la marcha hacia Ubidea con varias subidas y bajadas. El cartel del principio marcaba seis kilómetros y medio y se notó que tenía razón por el tiempo que tardamos. La marcha, de todos modos, no se nos hizo pesada porque fuimos disfrutando de un precioso paisaje, sobre todo cuando el camino se fue acodando al río hasta entrar en el pueblo
. Con gran entusiasmo nos acomodamos en el frontón para dar buena cuenta de nuestras respectivas viandas. Pero nos llevamos una gratísima sorpresa cuando Fernan descorchó una botella de Rioja, le puso la caña y comenzó la ronda: un puntazo para terminar de alegrar la comida. No tenía etiqueta de origen en la botella, pero sí en su sabor y en su cuerpo, que es lo que importa. Cuando se le dio buen término, Fernando acudió al rescate y abrió otra ¡Vaya taberneros que nos hemos echado!


No entraba dentro del guion, pero resulta que la Herriko Taberna estaba abierta para nuestra extrañeza a pesar de ser lunes. Claro, era puente, así que había también tantos coches en el aparcamiento del hayedo. La mayoría del grupo se apuntó al café y a otros menesteres imprescindibles. Estaban tan a gusto que tuvieron que correr para coger el bus, lo que nos dio la razón de que si hubiésemos ido a la cascada no habríamos andado bien de tiempo. 
Todos dispuestos a echar la siesta en el viaje, pero no contábamos con la que nos esperaba. El bus llegó a la gasolinera de Barazar y dio la vuelta. Pasó por Otxandio y se precipitó por el puerto de Dima. Digo bien, porque aquello no fue bajar y mira que hay curvas. El señor conductor, al parecer, iba instruyendo a una compañera que se tenía que aprender el recorrido y le demostró que se conoce de maravilla todas y cada una de las curvas y que las domina hasta con los ojos cerrados. Claro que con ese dominio nos puso a casi todos y todas el estómago al revés y ni soñar de cabecear. O sea, que habíamos salido del paraíso y nos metieron en el purgatorio, justo al revés de como nos lo habían enseñado antiguamente. Al llegar a El Arenal nos lanzamos a las puertas para coger el metro en S. Nicolás, pero el señor conductor se puso digno y no iba a parar hasta que no solicitáramos la parada como tiene que ser. Menudo remate de final de viaje.