domingo, 26 de julio de 2020

A propósito de repuntes

Vivimos en una permanente alarma ante la cantidad de repuntes que se están dando. Hay dos problemas que se señalan desde las autoridades y desde los medios de comunicación: el aumento del número de jóvenes infectados y el ocio nocturno, donde, por lógica, más abunda la población juvenil. Si añadimos a esto la costumbre de botellones y quedadas al uso, debidamente bañadas en alcohol y rematadas con otras sustancias, no hace falta apellidarse Simón para concluir que los jóvenes, aunque se queden en infectados asintomáticos, acaban convirtiéndose en unos formidables agentes de expansión del virus. He estado escuchando en la radio debates sobre que no hay que echarles la culpa de todo sin más a los jóvenes. Por supuesto, entre los mayores también hay irresponsables dignos de calificativos más gruesos, y, por supuesto, en que actúen así algo, o mucho, tenemos que ver los adultos. 

A lo largo de los años en que escribo en este blog, he dedicado gran cantidad de entradas a temas educativos, en las que he señalado machaconamente los peligros y las consecuencias nefastas de consentir los caprichos, de no utilizar el no, de no preparar a los niños a soportar contrariedades, de que la gente normal no ejerza un apoyo educativo ante conductas asociales, de que se deje todo el tema de la educación en  manos de la escuela y de las  instituciones... Por otra parte, se les ha consentido, incluso reído las gracias, cuando han utilizado hábiles argucias y trampas para librarse de obligaciones o para engañar a profesores, autoridades o familiares. Todo este sustrato de que "hago lo que me da la gana y no me pasa nada" va aflorando en los distintos momentos de la convivencia social, escolar, familiar o de ocio.

Llegados a este momento resulta que las trampas no valen ni sirven para librarse del bicho. Se puede engañar a los padres, a los policías para que no les pillen, pero al virus es imposible. La única defensa que resulta válida está basada en la responsabilidad personal. Saben de sobra qué es lo que tienen que hacer para no acabar infectados, pero sus valores se basan en dos principios inamovibles: "yo quiero" y "no me gusta". Si se suman esos dos factores tenemos un resultado altamente peligroso: el sentimiento de impunidad con un índice de riesgo difícil de controlar, por más campañas que se hagan. Lógicamente, el control de este problema no solo es responsabilidad de los jóvenes, sino también de la educación familiar, de la influencia social... Al loro.