lunes, 2 de octubre de 2017

Volvemos a las andadas... o no se han ido nunca

La semana pasada María y yo fuimos al cine y optamos por la película Detroit. Al margen de valoraciones técnicas -actores, tiempo, guión- lo único que saqué en claro fue una enorme sensación de cabreo y de impotencia. La película trata de los graves disturbios que se dieron en Detroit en los años cincuenta, a causa del problema de la segregación de los ciudadanos negros, de la  impunidad de los agentes de gatillo ligero y de la hipocresía de una sociedad que miraba para otra parte sabiendo en realidad lo que sucedía. No sé si pesaba más el miedo a aparecer como defensores de los negros, o por no verse afectados en el problema o, sencillamente, por ser tan o más racistas que los implicados, aunque disimulándolo. Es verdad que la situación legal que amparó aquella barbarie y la de otros estados del sur ha cambiado mucho. Tan verdad como que el resentimiento racista vuelve a cada poco con la violación de los derechos jurídicos y humanos de jóvenes negros que siguen cayendo a balazos de los gatillos ligeros de hoy en día, provocando disturbios similares. 

Sin ir más lejos, después de la segunda guerra y de la caída del muro de Berlín con el final de guerra fría, no parecía previsible ni mucho menos el espectáculo actual del florecimiento del nacismo en diversas versiones: Dinamarca, Hungría, Francia, Grecia, Noruega y, para dar la nota, en Alemania han aparecido como tercera fuerza en el parlamento. Mi hija me ha recordado que así empezó Hitler.
Aquí puede que ingenuamente nos hayamos creído que el franquismo está muerto y enterrado, pero no nos faltan señales que nos advierten que no las tengamos tan felices, no vaya a ser que en el momento menos pensado nos crezcan los enanos también a nosotros. En este contexto la xenofobia -y un montón más de fobias- campan a sus anchas y seguimos enterrando desamparados en el Mediterráneo o sembrando campos con refugiados muertos en vida. A pesar de ello algunos tienen el morro o el cinismo de llevar la bandera de la democracia y de los derechos humanos.

Todos estábamos ya instalados en la que supuestamente acabaría siendo la patria común de todos los europeos. Mirábamos a los euroescépticos como a un reducto de transnochados, cuando en un momento Gran Bretaña da la espantada. Francia estuvo temblando y le regalaron la presidencia a Macron para no acabar fuera de Europa. Algunos gobiernos del este se pasan por el arco de triunfo la legalidad de la Unión. Están surgiendo los nacionalismos del miedo, de la autoafirmación y del enfrentamiento, patrocinados o encabezados por un descerebrado con los mayores poderes del mundo. 
Aparte de ellos, hay que tener en cuenta que las dictaduras más peligrosas no son las reconocidas como tales de toda la vida, sino las que están maquilladas como si fuesen democracias legales ¿Alguien puede aventurar lo que se nos puede venir encima con este panorama? No seré yo ciertamente.

Supongo que la situación mundial es lo suficientemente compleja -y lejana para mí- como para que no pueda tener elementos suficientes de juicio ni una visión completa del problema. Simplemente compruebo que parece -o preferimos que parezca- que los horrores y los errores del pasado han quedado borrados, pero aparecen de nuevo... o es que no se han ido y han seguido larvados hasta que algo o alguien les ha dado oxígeno para que vuelvan a rebrotar. Según parece, algo o alguien les está metiendo oxígeno en vena: a los hechos me remito.