domingo, 28 de diciembre de 2008

CAVETE EPISCOPIS


Hoy lo más rancio del episcopado español ha convocado un acto, entre manifestación pública y convocatoria eclesial, en defensa de la familia, o mejor dicho, para intentar imponer su concepto de familia. Este es uno de esos momentos en que uno se puede sentir avergonzado de estar en la misma iglesia que esos señores. Resulta ya patético contemplar el espectáculo de unos jerarcas que nos hablan desde el mundo de los principios y que nos insultan a la intelegencia dictando sentencias que no tienen ningún fundamento en el mundo real.

Hablan de que no se está ayudando a las familias cuando no ha habido en España tantas posibilidades para compatibilizar el trabajo y la atención a los hijos, aunque todo se pueda mejorar. Se olvidan de las prestaciones económicas a las familias numerosas y de la aportación ante el los nuevos nacimientos. Mezclan la ley de matrimonios homosexuales o el aborto con la desaparición de la familia tradicional.

Si creen que las familias que ellos llaman católicas están en peligro, tendrían que empezar por analizar en qué está fallando la iglesia a la hora de educar a las nuevas generaciones. Más que fijarse en que si los homosexuales podrían casarse o no, convendría que se analizase los porqués del hecho de que los jóvenes prefieran mantener relaciones aisladas o una convivencia sin lazos estables ni compromisos. Antes de empezar a echar balones fuera poniendo la responsabilidad en el ambiente social, la cultura dominante, el gobierno, las leyes injustas... sería conveniente empezar por ajustar la pastoral a la situación actual o por poner el acento de las denuncias en otros temas mucho más sangrantes del mundo de hoy.

No tiene sentido,desde un punto de vista evangélico, mantener en estado permanente de anatema a los y las homosexuales. Bastante tienen con ir quitándose de encima los prejuicios sociales y la angustia de sentirse señalados. Mientras no se demuestre lo contrario, son tan hijos de Dios como yo y como todo ser humano, digo. Siempre será mejor que puedan disponer de unas relaciones estables y reconocidas socialmente, que andar viviendo en el desasosiego de la mentira. No quiero entrar, por otra parte, en el tema del aborto. Solamente me gustaría que los monseñores estos y las mentes bienpensantes que les apoyan tuvieran que estar cuidando y conviviendo con niños y adolescentes que fueron hijos no deseados en uno de tantos hogares de protección de menores. Sería probable que cambiaría su concepto de vida.

Todo esto me lleva a preguntarme por la verdadera razón de estas movidas episcopales, tanto la de la campaña electoral como la de ésta. No encuentro otra que la que ya expresé en el artículo de la Inmaculada. Es un intento más de restauracionismo. Echan de menos el nacional-catolicismo, o sea, que pertenecen a esos estractos de la sociedad española que aún no han digerido la transición democrática. En este tema, como en casi todos, están en el furgón de cola. Aún se creen que son los que tienen que dictar cómo debe funcionar la sociedad y no se dan cuenta de que el personal, incluido el creyente, no está por la labor de comulgar con ruedas de molino. Es preciso convencerle con con razones de peso y con ejemplo de vida.

Aún recuerdo al Rouco profesor de derecho de la Pontificia de Salamanca en el año 1974. Ya se barruntaba el final de la dictadura y las universidades eran un hervidero de inquietudes. En una conferencia pública defendió claramente la conveniencia de mantener el concordato franquista entre la iglesia y el estado. Así mismo en ese contexto recuerdo las charlas que daba Kiko a los estudiantes. Asistí a una en la que dijo descaradamente que lo de la justicia social y esas luchas eran cosa de los partidos políticos y de los comunistas. Los creyentes estábamos para vivir en la alegría de los hijos de Dios y para transmitir su amor.

Ni entonces les hice caso, ni ahora. Y, gracias a Dios, mi fe y mi matrimonio no van a peligrar por las incongruencias que están proclamando. Lo único que podría peligrar ante estos despropósitos sería mi sentido de pertenencia a la iglesia. En este sentido me adhiero al manifiesto de laicidad de las Redes Cristianas, al que pertenece la foto de Rouco que he puesto.



¡QUÉ IMPOTENCIA!


¿Es posible que nadie pueda parar la masacre de Gaza? ¿Hasta qué punto llega la impunidad de esa gente? ¿No es esto un genocidio enmascarado de defensa legítima? ¿Qué diferencia hay entre los militares serbios condenados en La Haya y los que han decretado esta matanza? ¿En qué queda eso de hacer llamamientos a abandonar la violencia con más de 300 muertos ante los ojos, incontables heridos, infraestructuras destrozadas, ayuda humanitaria bloqueada...? ¿Es posible que un pueblo que sufrió el tan cacareado holocausto sea capaz de cometer otro saltándose la legalidad internacional, los derechos humanos y robando la tierra a los mismos que están masacrando?

No estoy de acuerdo con lo que hace y lo que representa Hamas. Se puede tomar todo tipo de medidas diplomáticas, políticas e, incluso, policiales, pero aniquilar un pueblo para erradicar el problema se sale por todas partes de lo tolerable en el mundo civilizado. Se me antoja que, aplicando esos principios, nos podría pasar aquí algo parecido, si no se puede acabar con los atentados de ETA acabamos con los vascos y asunto concluido.

He puesto la estrella de David en este escrito como signo de contradicción. En el siglo pasado fue la marca de los proscritos por Hitler. Hoy, en pleno siglo XXI, se ha convertido en un símbolo exterminador. Va a resultar tan repugnante como la cruz gamada que les fustigó entonces.