
A la ermita se llega en poco tiempo y sin ningún esfuerzo. A partir de allí se va abandonando las campas y uno se va adentrando en la dura roca entre grietas y grijo. Después de salvar el primer desnivel fuerte de Gurutzeta se comienza a funambulear por las crestas y los sube y baja. En esa parte del recorrido no constan instrucciones. Alguna señal que otra ayuda a orientarse, pero teníamos que andar buscando dónde poner los pies sin irnos ladera abajo. Al final se alcanza el camino más habitual de subida que comienza en el hayedo agarrado a la roca y se termina la trepada hasta la cima por la arista. Este es el Amboto: exigente, difícil, peligroso pero impresionante, tanto por su forma vertical y puntiaguda como por los impresionantes barrancos que cobija la cueva de la Dama o por los panoramas que se pueden disfrutar en todo el recorrido. Se puede comprobar en este álbum.
Hubo tramos en los que azotaba con fuerza el viento, así que tuvimos que guardarnos la gorra en los bolsillos. Ya en la cumbre, buscamos un rincón que estaba al socaire y nos dimos un buen rato para darle a las mandíbulas y tomar un buen respiro, porque la bajada resulta tan pesada como la subida o, si no, que se lo digan a mis cuádriceps. Antes de bajar del todo pasamos por la famosa fuente de Ponpon con su agua de color ferroso y con unos caños abundantes. Eso sí, para mí ese recurrido resultó ser un recordatorio implacable de cómo transcurre la vida sin darnos cuenta. Sacando cuentas llegué a la conclusión de que ese mismo recorrido lo había hecho con treintaipico años y entonces ni bastones, ni mapas, ni botas fuertes ni nada. También recordé que era la quinta vez que lo subía, pero la vez anterior había sido con María poco antes de casarnos. Así que en adelante habrá que tomarse los recorridos con la debida cautela y no basta con decir ya he estado por ahí. De todos modos, una auténtica gozada.