domingo, 27 de febrero de 2022

Pretérito imperfecto


Andaba, subía, cantaba, organizaba, levantaba, hablaba, luchaba, enseñaba, asistía... y así unos cuantos abas o ías más que poco a poco se van destiñendo hasta que ya se van quedando como meros recuerdos.  Puede que cuando menos se lo espere uno también se le empiece a desgastar esa tecla y vaya perdiendo la memoria. Y es que ahora uno entra de lleno en aquello de que se olvida de lo que le acaban de pedir y, al rato, desempolva un rincón de la infancia o de vidas anteriores que le sorprenden porque los daba por enterrados. 

Por otra parte, nos inculcan desde todos los medios e instancias públicas que los mayores nos mantengamos activos. Uno intenta mantenerse en forma y parece que lo consigue: estás hecho un chaval, estás como antes, no pasa el tiempo por ti... Esto, que parece un cumplido, cuando no un alago, resulta tener su cara oculta. Lo que parece servir para que uno mejore su autoestima, se puede volver en su contra de la manera más sutil. Como a uno se le ve tan bien por fuera, se considera que va igual por dentro. O sea que los pretéritos imperfectos no son tales, son presentes y, por tanto, representan lo se espera de uno. 


Como en los coches, el buen estado de chapa y pintura no presupone el funcionamiento correcto del motor o de la batería. Lo bueno del coche es que las piezas que se desgastan o se estropean se pueden cambiar por otras nuevas, pero uno ya tiene claro que las suyas no tienen repuestos. A lo sumo, se tiene que ir tirando a base de reforzar lo que le queda de bueno: refuerza los músculos, estira los lumbares... Otros parches son más difíciles de cubrir: se borran nombres, te quedas en blanco, te va temblando más todo, pierdes de vista lo que te rodea, no te enteras... 

Y entonces viene cuando la matan: no hay quien te entienda, te estás haciendo vago, no pones empeño, no me digas que no puedes, no tengas tanto cuento, lo que pasa es que no pones atención, por qué no te lo apuntas... Y por si fuera poco lo que uno lleva encima al hacerse consciente de los frentes que se le abren en sus limitaciones, le van poniendo puntillas de esas que no solo duelen, si no que además desarman. Así que uno se encuentra con una gimnasia más a practicar para no acabar con una depre de camello: no hacer caso a los cantos de sirena, pero no darse por vencido hasta que esto se acabe o hasta que le tengan que llevar a uno en silla de ruedas.