sábado, 7 de febrero de 2009

BIENVENIDO??

(La foto es parte de la residencia de Emaús en Gamiz donde desarrollan el programa Bitartean)

Esta mañana, según iba capeando el temporal con mi carro de la compra me he dado cuenta de que en la acera de enfrente había alguien que me hacía señas. Inmediatamente he reconocido a X a pesar de estar muy cambiado ya que hacía mucho tiempo que no le veía. Me extrañó que me saludara tan afable porque siempre había sido muy esquivo y yo conocía de sobra su turbia trayectoria a través de la heroína, que no le había ayudado precisamente a hacerse más sociable. Se alegró mucho de que aún me acordara de él.


Me ha contado que ha terminado un tratamiento de desintoxicación y que ha estado acogido en la residencia de Emaús en Gamiz. Están a punto de caerle los 50, según me ha dicho, y tiene que empezar a pensar de nuevo su vida. Está haciendo unos estudios para trabajar en inserción social y le quedan las prácticas hasta julio. Al parecer había comenzado ya a retomar el contacto con el ambiente de Barakaldo, ya que tenía que andar más por aquí pues su padre está ya muy delicado. A todo esto alguien le había invitado a una comida de los antiguos grupos parroquiales a los que había pertenecido, pero me ha confesado, decepcionado, que se ha sentido fuera de sitio.



Recuerdo a X cuando era un chaval. Siempre parecía estar amargado o enfadado con el mundo mundial. Su aspecto no le ayudaba a hacerse un hueco entre los de su edad. Llevaba unas gafas que siempre le quedaban torcidas. Su cara era alargada y poco agraciada, además de no llevarla bien afeitada. Sus atuendos daban de ordinario sensación de sucios. No recuerdo haberle visto sonreír, creo que hoy ha sido la primera vez. Daba contestaciones desabridas y fuera de tono. En fin, tenía todo lo que se necesita para verse obligado a estar siempre en la periferia del grupo de iguales. Poco a poco se fue quedando solo con T hasta que se engancharon los dos. Entonces se hizo más huidizo y le perdimos de vista.

Me ha alegrado un montón encontrarle así. Le he visto con una expresión franca y serena. Me ha parecido que necesitaba que el mundo, o al menos los que fuimos una parte de su mundo, supiesemos que por fin había conseguido algo importante: librarse de la heroína y comenzar la vida, aunque pareciera que ya se le ha hecho algo tarde. Me he alegrado también porque ha estado atendido en Emaús, un proyecto en el que aporté mi granito de arena, aunque fuera hace tiempo. Me ha quedado, de todos modos, un sabor agridulce al escuchar cómo me ha contado lo de que se ha sentido fuera de sitio entre sus antiguos conocidos. No es el primer caso que conozco de gente que ha terminado de recuperarse de alguna adicción y cuando han intentado volver a su mundo anterior se han encontrado con muchos golpecitos en la espalda -me alegro mucho, que bien ha estado, a ver si hay suerte...- pero muy pocos brazos dispuestos a ir con él codo con codo hasta que logre hacerse un sitio donde se le reconozca de nuevo o conseguir un trabajo.


A veces me da la impresión de que damos la bienvenida a éstos que regresan del infierno de las drogas o del alcohol, después de innumerables intentos y de haber recorrido todos los proyectos habidos y por haber, pero no se sienten bienvenidos. Y es que nos resulta muy difícil quitarles la etiqueta y así pueden quedarse socialmente marcados para el resto de sus días. Aquí comienza la última, y no la más fácil, fase de su recuperación: el reconocimiento social. Creo que en algunos casos puede ser la travesía del desierto, sobre todo cuando, como le pasa a X, no cuenta con un apoyo familiar o con algunos amigos inquebrantables.

jueves, 5 de febrero de 2009

A VUELTAS CON LA IMPUNIDAD


El Defensor del pueblo ha publicado un informe sobre los malos tratos en centros de reforma de menores. Contiene denuncias graves sobre algunas prácticas que hacen recordar al Santo Oficio. Pero dentro de su contenido uno, que pasó sus años en un hogar de acogida y conviviendo con chicos que luego acabaron encerrados, se sorprende al oír cuáles son algunos de los supuestos malos tratos. Quedaban catalogados como tales algunos recursos elementales de contención, pero mi extrañeza se convirtió en alarma cuando escuché que responsabilizar a los menores de los trabajos de limpieza y servicios domésticos también se consideraba mal trato.


Por el amor de Dios, las rutinas diarias, el orden doméstico, la responsabilidad de los propios actos... son herramientas muy válidas para trabajar los hábitos de convivencia, las habilidades sociales, el respeto a las normas, la colaboración en el grupo... Todo estos aspectos de la formación entran dentro del cúmulo de carencias que padecen estos menores. Pero para desarrollar estos hábitos, es precisa la actuación directa. No creo que estar en un centro de reforma con un escaso margen de contención y viviendo en plan hotel tocándose las narices sea un proyecto educativo apropiado para estos menores.

Pero con este tipo de informes se puede hacer un uso peligroso como el que hacen algunos medios de comunicación. Estos suelen destacar los aspectos más morbosos o más escandalosos, como es habitual, subrayando exclusivamente que se trata a los menores como póbrecitos chicos, fíjate qué cosas les hacen. Sin embargo los mismos medios, cuando esos menores están en libertad y arman alguna gorda de las suyas, aprovechan para transmitir mensajes alarmistas: son unos monstruos a los que nadie controla, así estamos indefensos los ciudadanos en general, la ley del menor produce alarma social...

Todas estas manifestaciones colaboran en fomentar el sentimiento de impunidad en el que se están criando las nuevas generaciones y que está llevando a que los ciudadanos en general, e incluso muchos padres, no se atrevan ni siquiera a levantar la voz a los menores para no tener líos o llevarse broncas. O sea, que ya no extraña a nadie que los menores nos insulten o nos agredan si osamos llamarles la atención. Por otra parte, esto no deja de ser un factor más de los que están colaborando en la falta de implicación de los adultos en la educación de los menores.

A este respecto, dentro de mis historias, hay una que siempre que sale este tema me viene a la mente. Hubo una denuncia de los propietarios de un garaje sobre los pillajes y desperfectos que un grupo de chicos les estaban ocasionando. El expediente cayó en mi mesa y, como además tenían faltas de absentismo, les llamamos al Ayuntamiento a las familias para exponerles el caso. La única familia que no acudió nunca a nuestras llamadas acabó años después pidiendo ayuda a los servicios sociales porque su hijo iba a acabar con ellos. El padre, trabajador de la construcción, no se había enterado porque en principio se lo habían ocultado. Cuando se percató de las mentiras, montó en cólera y su hijo, al ver la que le venía encima, le amenazó con denunciarle. La mujer siguió protegiendo al hijo. Hoy es el día que están a tratamiento y el muchacho después de haber pasado por un centro de reforma ha ido a dar con sus huesos a Martutene, que ya es mayor de edad.


Mientras permitamos que los menores campen a sus anchas en la impunidad y no perciban que sus actos tienen consecuencias, todo discurso es inútil y se queda en agua de borrajas. Las instituciones competentes en menores, por su parte, tienen datos suficientes, en la mayor parte de los casos, para actuar antes de que éstos se agraven, Al final todo se junta y nos quedamos impotentes con las preguntas de siempre ¿Cómo se puede rehacer ahora la vida de este muchacho, como la de otros tantos, y la de su familia? ¿Cuál ha sido, al final, el mal trato, el encubrimiento o la manta de palos que le hubiese dado el padre? .