Esta mañana, según iba capeando el temporal con mi carro de la compra me he dado cuenta de que en la acera de enfrente había alguien que me hacía señas. Inmediatamente he reconocido a X a pesar de estar muy cambiado ya que hacía mucho tiempo que no le veía. Me extrañó que me saludara tan afable porque siempre había sido muy esquivo y yo conocía de sobra su turbia trayectoria a través de la heroína, que no le había ayudado precisamente a hacerse más sociable. Se alegró mucho de que aún me acordara de él.
Me ha contado que ha terminado un tratamiento de desintoxicación y que ha estado acogido en la residencia de Emaús en Gamiz. Están a punto de caerle los 50, según me ha dicho, y tiene que empezar a pensar de nuevo su vida. Está haciendo unos estudios para trabajar en inserción social y le quedan las prácticas hasta julio. Al parecer había comenzado ya a retomar el contacto con el ambiente de Barakaldo, ya que tenía que andar más por aquí pues su padre está ya muy delicado. A todo esto alguien le había invitado a una comida de los antiguos grupos parroquiales a los que había pertenecido, pero me ha confesado, decepcionado, que se ha sentido fuera de sitio.
Recuerdo a X cuando era un chaval. Siempre parecía estar amargado o enfadado con el mundo mundial. Su aspecto no le ayudaba a hacerse un hueco entre los de su edad. Llevaba unas gafas que siempre le quedaban torcidas. Su cara era alargada y poco agraciada, además de no llevarla bien afeitada. Sus atuendos daban de ordinario sensación de sucios. No recuerdo haberle visto sonreír, creo que hoy ha sido la primera vez. Daba contestaciones desabridas y fuera de tono. En fin, tenía todo lo que se necesita para verse obligado a estar siempre en la periferia del grupo de iguales. Poco a poco se fue quedando solo con T hasta que se engancharon los dos. Entonces se hizo más huidizo y le perdimos de vista.
Me ha alegrado un montón encontrarle así. Le he visto con una expresión franca y serena. Me ha parecido que necesitaba que el mundo, o al menos los que fuimos una parte de su mundo, supiesemos que por fin había conseguido algo importante: librarse de la heroína y comenzar la vida, aunque pareciera que ya se le ha hecho algo tarde. Me he alegrado también porque ha estado atendido en Emaús, un proyecto en el que aporté mi granito de arena, aunque fuera hace tiempo. Me ha quedado, de todos modos, un sabor agridulce al escuchar cómo me ha contado lo de que se ha sentido fuera de sitio entre sus antiguos conocidos. No es el primer caso que conozco de gente que ha terminado de recuperarse de alguna adicción y cuando han intentado volver a su mundo anterior se han encontrado con muchos golpecitos en la espalda -me alegro mucho, que bien ha estado, a ver si hay suerte...- pero muy pocos brazos dispuestos a ir con él codo con codo hasta que logre hacerse un sitio donde se le reconozca de nuevo o conseguir un trabajo.
A veces me da la impresión de que damos la bienvenida a éstos que regresan del infierno de las drogas o del alcohol, después de innumerables intentos y de haber recorrido todos los proyectos habidos y por haber, pero no se sienten bienvenidos. Y es que nos resulta muy difícil quitarles la etiqueta y así pueden quedarse socialmente marcados para el resto de sus días. Aquí comienza la última, y no la más fácil, fase de su recuperación: el reconocimiento social. Creo que en algunos casos puede ser la travesía del desierto, sobre todo cuando, como le pasa a X, no cuenta con un apoyo familiar o con algunos amigos inquebrantables.
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