Lunes 29 de abril. Salimos
unos cuantos de Bide Onera a las 9 horas y nos juntamos en Retuerto a las 9:30
con el personal procedente de Cruces, Burtzeña y la vega de Ansio o alrededores.
Iniciamos la ruta hacia El Regato. Esta vez nos íbamos a dirigirnos hacia el
campo de tiro. Poco antes de llegar al mismo, a la derecha aparece una señal
que marca la subida al barrio de Sta. Lucía y al Argalario. Tomamos esa subida
con ánimo sin saber lo que nos esperaba. Joselu nos había advertido que era
“fina”. En efecto, resultó ser un tramo como de montaña, sumergidos en una
vegetación exuberante llena de esplendor primaveral, con un terreno irregular
lleno de pequeñas dificultades: algunas piedras resbaladizas, troncos caídos…
Aún así se fue subiendo en
grupo hasta que salimos a cielo abierto. Nos encontramos con unos prados de una
pendiente más que considerable, desde donde se veía el colegio de El Regato y
sus alrededores. Yo me dejé guiar por el recuerdo de cuando hace años hice ese
recorrido con mi colega Orencio, pero debieron ser muchos porque estaba todo
distinto. Seguí en directo y sí recordaba que había que subir la empinada
campa, pero Fernando conocía un camino que subía en diagonal. La mayor parte
del personal por no volver hacia atrás tiró cuesta arriba entre quejas y
bromas. Solo los rezagados siguieron la senda diagonal. Aún quedaba un remate
corto de cuesta para llegar a las casas y, poco a poco, nos fuimos acomodando
alrededor del lavadero del barrio que solo consta hoy en día de dos caseríos.

En el hamaiketako también
participó el perro de la vecina con el que se había encariñado Maripaz, y entre
dame esta patita o la otra a poco le deja sin nada a ella. Tras la foto de
rigor, la bajada fue tranquila. Una primera parte en medio de un bosquecillo de
eucaliptos que daba paso a unos prados, desde los que se abría unas vistas
espectaculares hasta El Abra. Luego desembocamos en el camino más habitual de
subida al Argalario hasta llegar a Sobrecampa. Giramos a la izquierda y bajamos
por Sesumaga. Pudimos contemplar lo bien cuidada que está la casa torre, una de
las doce que figuran en el escudo de Barakaldo –en forma de cañones- y que aún
se conservan. Una vez en Kareaga nos despedimos de los que iban a comer en Retuerto
y los demás fuimos tomando la dirección a nuestros domicilios.

Una mañana preciosa con un
recorrido totalmente desconocido para casi todos y que nos sacó de la rutina de
pistas y asfalto. No solo por lo que pudimos contemplar, sino también por el
acompañamiento constante de cantos de pájaros en plena ebullición. En un
momento dado, mientras esperaba a que llegase el grueso del pelotón, me aparté
un momento delante de un murete de los que cierran los prados y, mientras
estaba en “la faena”, me quedé mirando el bosque y, al fondo, la vista que daba
a la vega del Castaños. Me había fijado en un delicioso diálogo pajaril, cuando
me llegó un sonido grave y potente, como de una descarga de hierro, que
destacaba sobre el zumbido constante de los vehículos de la autovía.
Y pensé:
éste es mi Barakaldo, estoy rodeado de naturaleza y, a la vez, me llega el
sonido de lo que nos queda de industria. Dos señas de identidad: disfrute y
trabajo. Deseo de todo corazón que ambas no nos falten ni a nosotros, ni a los que
vienen detrás.