jueves, 15 de enero de 2015

Seres de paja

Hace poco estuve charlando con unos amigos de los que no había tenido noticias desde hacía tiempo. Ante las preguntas de rigor referentes a los hijos lo primero que dijeron fue que estaban más que preocupados por una de sus nietas. La chica está en primero de ESO y ya había sacado un carro de suspensos en la primera evaluación. Además tiene un problema de sobrepeso del que no le están cuidando sus padres. A todo esto se acababan de enterar de que su nuera le había comprado a la nieta una entrada VIP para la actuación del cantante Abraham Mateo. Me explicaron que este tipo de entradas permiten estar cerca del cantante y le garantizan que puede saludarle personalmente, sacarse foto con él o darle un beso. Lógicamente cuestan un pastón, pero como la niña está ilusionadísma se la han comprado y ya está, que sea feliz. Sin embargo, como es de imaginar, el problema principal no es el dinero, sino como está afectando esto a la nieta. Al parecer anda exhibiendo su conquista como lo más importante que le va a pasar en la vida y, lo que es peor, esto le está haciendo vivir en las nubes por si estuviera ya poco centrada. Lo van a tener claro sus padres si esperan que con este regalito va a mejorar sus notas o va a superar mejor sus problemas personales.

Se preguntaban que quién era ese tal Abraham Mateo. Pues un chico mono diseñado en marketing para encandilar a un sector determinado de población, en este caso a las preadolescentes. Parece que más que cantar hace de figurín y pone posturitas El fenómeno de las fans es muy antiguo, solo que últimamente las técnicas han avanzado y llegan con mucha más fuerza, sin contar con que los y las adolescentes cuentan hoy en día con mucha capacidad de presión en las familias para salirse con la suya, sobre todo en aquellas en las que los padres no se han tomado la molestia de poner límites y de educar con criterios y valores -"ya está bien, cómprale esa puñetera entrada y que nos deje en paz de una vez". 

Se sigue y se seguirá jugando con vidas cuando el objetivo lo marca el mercado. Este chico puede que ahora se considere a sí mismo una estrella en el firmamento de la fama, pero es fácil que no llegue ni a estrella fugaz, como tantos otros que han acabado con su vida destrozada, una vez que les apagaron los focos del escenario para siempre. A sus promotores les va a importar un pimiento su suerte en la vida, es uno de tantos seres de paja que se deshacen con el viento. De la misma manera, a este mercado le importa la venta del producto, sin que se tenga en cuenta la influencia negativa que estos fenómenos ejercen en el desarrollo personal de los y las menores, sobre todo en aquellos que tienen personalidades más débiles o arrastran problemas de comportamiento. A estos efectos negativos los adultos les dan menos importancia o se permiten y, en casos, se fomentan sin más. De este modo se tiene menos preocupación por evitarlos, porque no son tan llamativos como otro tipo de adicciones e, incluso, se airean y se aplauden desde los medios de comunicación.

domingo, 11 de enero de 2015

Otros reality destroza vidas.

Tengo la impresión de que en aras del éxito o la notoriedad pública se pasan y extralimitan todas las rayas rojas, desde las de la intimidad personal hasta las de la moral más elemental. Considero que los reality, que juegan con la vida y con la imagen de los menores, son unas aberraciones de lesa humanidad. Divertirse viendo a niños haciendo de adultos tiene más gancho que otros porque la carne del morbo es más fresca, pero no se miden las consecuencias que tienen en los participantes. Es muy fácil hacer entrevistas a los ganadores y presentarlos como triunfadores, pero nadie se va a preguntar qué va a ser de ellos 10 años después, ni cómo van a vivir su adolescencia... porque el éxito también es tan difícil de digerir como el fracaso. Nadie ha explicado cómo son las vidas de los que han participado y han sido eliminados o han hecho el ridículo por algún fallo. En el escenario es muy fácil revestirlo con palabras bonitas y golpecitos en la espalda, pero tampoco les importa a los organizadores qué les va a pasar cuando se apaguen las luces y vuelvan a su medio natural, cómo les van a tratar sus condiscípulos o su cuadrilla o su familia o qué van a hacer el resto de su vida con ese sambenito a cuestas.

Hay diversos programas de este pelo, pero hay uno que me parece que sobrepasa todos los límites de la dignidad humana. Hacer que unos niños y niñas se metan a elaborar platos de alta cocina, cuando se ha estado pidiendo que se mantengan los comedores escolares abiertos durante las vacaciones, me parece fuera de lugar e insultante, pero el éxito de pantalla está sobre toda moralidad o dignidad. Se somete a estos menores a una esquizofrenia que después no se podrá controlar por dónde va a estallar: por una parte se les propone una serie de pruebas y se le somete a una presión que por sus condiciones, más allá de los conocimientos, les exigen dar respuesta de adultos, se les considera adultos, pero en realidad son niños. Se les está robando la infancia y eso, por muy interesante y positivo para los niños que nos lo presenten, será como si al edificio de la vida de cada persona le estuviéramos destrozando los cimientos, porque eso viene a ser la infancia. Una niña rompe a llorar, pierde el control porque no le da tiempo a terminar su plato o lo que sea. Pobrecita, no ha podido... y ya está. Nadie se pregunta si el tiempo que le han dado es el adecuado, o si tiene la madurez suficiente para resistir un ambiente de tensión ni cómo le va a quedar el autoconcepto.

Y no todo acaba ahí, en el fondo estos programas se sustentan en la competitividad más despiadada. Estamos planteando al resto de los menores que lo siguen que lo importante es ser el primero y utilizar los recursos que haga falta, pisando o utilizando a los demás según el interés de cada cual y desechando a los que no nos sirven. Este es el mensaje educativo que transmiten: o yo o nadie, caiga quien caiga. El trabajo en equipo, los objetivos que sirvan a todos, la colaboración, el compartir, la integración... son paparruchadas. Luego nos extrañamos de que los jóvenes no tienen valores o de que vivimos en una sociedad al servicio de los chorizos. Lo más doloroso de todo esto es que esta carne fresca está servida en bandeja por sus familias, que son tan responsables de este desaguisado -nunca mejor dicho- como los organizadores. La única diferencia es que los padres y madres van a tener la penitencia en su propio pecado, porque los hijos son para siempre estén como estén. Si estuviese en mi mano, o si hubiese un tribunal que lo admitiese, estaría dispuestos a denunciar a ambos, organizadores y tutores, por corrupción de menores. Si alguien tiene idea de cómo hacerlo le agradecería que me lo comunicase.