jueves, 17 de octubre de 2013

Investigaciones universitarias versus sentido común

He escuchado por la radio que unos eminentes investigadores de una prestigiosa universidad han llegado a la transcendente conclusión que la irregularidad en el sueño de los niños puede alterar la normalidad de su vida y ser un grave impedimento en el desarrollo de su personalidad. Claro, en esto resulta determinante el abuso o el mal uso de los supermóviles y de las adicciones a internet. Es curioso que uno lleve media vida de educador trabajando este tema y que tenga que salir a los medios de comunicación, por aquello de la credibilidad que otorga a un informe el nivel de prestigio de la universidad correspondiente. Es de sentido común que la alteración del sueño altera la marcha normal de nuestra vida. No descubrimos el Mediterráneo si concluimos que la alteración y la falta de rutina del sueño en los niños puede influir negativamente en el desarrollo físico y de la personalidad del menor. Es de elemental pedagogía saber que el niño para su seguridad necesita rutinas en su vida diaria y el que se acostumbre a un horario fijo para dormir es tan importante como el que tenga las horas suficientes de sueño. Y, por supuesto, sin esa seguridad que le aportan las rutinas no podrá desarrollar  en el futuro una personalidad autónoma.

En la casi totalidad de los casos que tuvimos en el hogar de acogida, una de las rutinas que más nos costaba trabajar era la de normalizar el sueño, sobre todo en aquellos menores hiperactivos o los que ya habían desarrollado conductas disruptivas o asociales. Sabíamos de sobra que, cuando los chicos volvían alterados de pasar el fin de semana con sus familiares, la primera noche iba a ser torera para conseguir que se durmieran, aunque mantuviésemos inalterable la hora de acostarse. Recuerdo que uno de sus deportes favoritos era salir de la habitación y juntarse con otros y hacer de las suyas, aprovechando que el educador de turno estuviera ya dormido u ocupado en otras funciones. Hubo una temporada que me tuve que plantar hasta tarde en la mitad del pasillo leyendo para que se acabaran los jueguecitos y no me retiraba hasta que les veía a todos y todas dormidos. Lo tuve que hacer hasta que dieron por sentado que, en las noches que me tocaba  guardia, yo iba a estar al tanto.

En estos últimos años en los que he estado trabajando sobre el problema del absentismo y la asistencia irregular en la enseñanza, la falta de control o de organización del sueño en los menores por parte de los padres o tutores ha sido uno de los problemas que con más frecuencia nos hemos encontrado y que han sido más difíciles de solucionar. Como es fácil de comprender, la superabundancia de tabletas, móviles, juegos en internet, televisores en las habitaciones... resultan ser un factor determinante a la hora de controlar el sueño. Ante todo poseen una gran capacidad de generar adicción y están consiguiendo que la vida social de los adolescentes se prologue casi durante toda la noche, aunque estén en su cama y con la luz apagada. Tampoco faltan familias que no le dan importancia a la rutina del sueño de los pequeños y ven de lo más normal que sigan los ritmos de los adultos. Hemos podido comprobar que todas estas situaciones, además de estar muy unidas al fracaso y a la desafección escolar, van parejas a otra serie de problemáticas familiares de mayor calado. De ahí que en nuestro trabajo hemos dado mucha importancia al detectar la falta de sueño en la escuela, como uno de los indicadores de riesgo más llamativos.