martes, 3 de enero de 2023

El futuro es impredecible

 
El futuro es impredecible y no hay vuelta de hoja. Ya pueden los economistas de alto standing o los politólogos más acreditados prever, augurar o poner en marcha los últimos algoritmos. Nadie puede decir lo que va a suceder y si acierta es por casualidad, como en la lotería, no porque sepa mucho. Este año pasado nos ha deparado de todo y casi nada bueno. Más aún, este 2023 entra marcado por el último desastre que nos ha caído encima, y puede ser más que probable que no se arregle antes de que termine. Quién nos iba  decir que uno de los elementos más peligrosos de la KGB soviética, con un poder totalitario al mando de Rusia, iba a poner el mundo patas arriba con una invasión propia de siglos anteriores, llegando a usar métodos de guerra propios del ejército nazi, ensayados por aquí cerca.


Por si esto fuera poco, China está mosqueada con los USA por su apoyo a Taiwan y en cualquier momento puede saltar otro incendio que se añadiría al ya existente. Por no faltar de nada, anda de nuevo contaminada de COVID y puede provocar, al mínimo descuido, otra pandemia mundial. 

En nuestro país nada se puede prever por más encuestas que se publiquen. Los políticos más sensatos serán los que no levanten la voz hasta la última de las encuestas, o sea, las elecciones. Unos apuestan por mentir, gritar, insultar, tergiversar y lanzarnos discursos apocalípticos sobre cataclismos que nos esperan si no suben ellos al poder. Me temo que aún quedan entre las gentes sencillas personas que se lo crean, pero nadie puede asegurar que dichos políticos acierten en una sola de sus predicciones, cosa que tampoco les importa mientras sirvan para echar barro al ruedo político.


El gobierno y los grupos que le apoyan están intentando paliar, como buenamente pueden, los problemas que acucian a la mayoría del personal de a pie en su día a día, están bien considerados en Europa y están renovando una serie de leyes para mejorar el mundo del trabajo o de los derechos de las minorías. Sin embargo, nadie les puede asegurar que muchos que se van a beneficiar de esos esfuerzos les vayan a votar en las diversas elecciones que se avecinan.

Aún nos gusta celebrar el cambio de año hablando de los deseos que le vamos a pedir, de los propósitos que nos planteamos para cambiar o mejorar nuestra vida. Pero todo ello no deja de ser una costumbre en parte festiva y, en parte, un pequeño autoengaño para hacer creer que vamos a cumplirlos. Nos deseamos salud sabiendo que somos sumamente frágiles y por más que nos cuidemos, que está bien, nos puede llegar alguna sorpresa desagradable en el momento menos esperado. Apostamos por mejorar nuestro bienestar, pero enseguida nos conformamos con que nos quedemos como estamos, no vaya a ser que la cosa vaya a peor. 

Le pedimos a Dios por un montón de cosas o personas que nos preocupan, pero luego no faltan los que le piden cuentas de que no se las haya concedido, de que sucedan catástrofes, de que se cometan injusticias, de que haya accidentes o de que permita que haya gente depravada y dañina. Lo único que le podemos pedir a Dios es su Espíritu para que tengamos la fuerza y la honradez de hacer frente a los problemas y a los imprevistos que nos va a plantear la vida y para ir llevándola con dignidad y en armonía con los que nos rodean. Sí es bueno, y casi imprescindible, que nos marquemos un horizonte hacia donde queremos dirigirnos, pero nunca sabremos con qué tipo de camino, de sendero o de carretera nos vamos a encontrar, lo importante es estar dispuesto a caminar por donde nos depare la suerte o la historia. Así podremos asegurarnos de que podamos decir al final del 2023 que ha sido un año feliz, como nos lo estamos deseando unos a otros en este comienzo.



domingo, 1 de enero de 2023

Benedicto XVI Goian Bego


 Me acabo de enterar que ha fallecido Benedicto XVI, después de sufrir una larga enfermedad. Le deseo que descanse en paz, porque siempre me dio la impresión de que era una persona, además de introvertida, que llevaba dentro una buena dosis de sufrimiento. Una mente lúcida y fuera de lo común, con un nivel cultural y académico superlativos. Personalmente creo que se equivocó al aceptar el papado, impulsado por considerarse heredero del anterior papa y así dar continuidad a su labor restauracionista, pero le alabo porque supo retirarse a tiempo, cuando tuvo que reconocer que aquello le superaba por todas partes y que las riendas de la Iglesia se las habían arrebatado de las manos. Creo que fue una decisión que no hubiera sido fácil ni posible en otro tipo de personas, porque los sillones del poder tienen una fuerza de absorción muy difícil de superar. Estoy convencido de que ello supuso un ejercicio ejemplar que nos vendría de perlas aprender a los mortales: ser sincero consigo mismo o, lo que ayuda, a ser sincero para con Dios. Él pudo escribir y sermonear de manera brillante, profunda sobre Él, pero a la hora de la verdad esa sinceridad, que le llevó a tomar una decisión tan fuerte, es lo que cuenta.


Tuve conocimiento de su obra, fruto de su trabajo en el concilio Vaticano II, en mi juventud de estudiante inquieto en los últimos años del franquismo cuando todo olía a cambio y a revolución. En aquella época me pareció que era un pensador que marcaba horizontes alternativos, pero con el tiempo, para sorpresa de muchos, se fue convirtiendo en un "enlatador" de dogmas y normas. Su obsesión era conservar intocados e intocables todos los principios tradicionales conservados en las escrituras, en los concilios o en las normativas morales de la tradición eclesial. Ellos eran la verdad y punto. Así que se dedicó a destrozar teólogos, obispos y a algún que otro superior religioso que se atrevían a salirse de ese redil, llegando en casos a un trato inhumano y despótico desde su cátedra de inquisidor mayor de Roma.

Creo que sus años de papado han sido una losa para muchos católicos que viven a Dios comprometidos en el mundo. Ratzinger llevaba al pie de la letra la consigna "sine ecclesia nulla salus", que otros, cambiando una sola palabra, le dábamos la vuelta a la tortilla "sine mundo nulla salus". Éste hombre se encerró en su cápsula romana, adornándose como un pavo real con vestimentas propias de los Borgias y ceremonias espectaculares, mientras la corrupción, los abusos sexuales, la pérdida de fieles y el montaje de toda una mafia purpurada hacían de las suyas. Menos mal que tuvo el valor de dejar de mirar para otra parte y asumir sus limitaciones, lo que para una persona de su inteligencia le pudo estar provocando un plus de sufrimiento interno. Eso sí, dejó un pastel a su sucesor de mucho cuidado, como ya escribí en su día en dos entradas, mientras tanto él ha disfrutado de una jubilación de lujo, no sin volver a sacar su vena inquisitorial ante algunas propuestas renovadoras de Francisco -por ejemplo, el sacerdocio para hombres casados-. No me quiero ni imaginar cómo estaría la Iglesia Católica a estas horas si hubiese seguido de papa hasta su muerte, aunque probablemente le habría llegado antes porque su cuerpo ya no habría aguantado tantas tensiones. Lo dicho, descanse en paz.