domingo, 1 de enero de 2023

Benedicto XVI Goian Bego


 Me acabo de enterar que ha fallecido Benedicto XVI, después de sufrir una larga enfermedad. Le deseo que descanse en paz, porque siempre me dio la impresión de que era una persona, además de introvertida, que llevaba dentro una buena dosis de sufrimiento. Una mente lúcida y fuera de lo común, con un nivel cultural y académico superlativos. Personalmente creo que se equivocó al aceptar el papado, impulsado por considerarse heredero del anterior papa y así dar continuidad a su labor restauracionista, pero le alabo porque supo retirarse a tiempo, cuando tuvo que reconocer que aquello le superaba por todas partes y que las riendas de la Iglesia se las habían arrebatado de las manos. Creo que fue una decisión que no hubiera sido fácil ni posible en otro tipo de personas, porque los sillones del poder tienen una fuerza de absorción muy difícil de superar. Estoy convencido de que ello supuso un ejercicio ejemplar que nos vendría de perlas aprender a los mortales: ser sincero consigo mismo o, lo que ayuda, a ser sincero para con Dios. Él pudo escribir y sermonear de manera brillante, profunda sobre Él, pero a la hora de la verdad esa sinceridad, que le llevó a tomar una decisión tan fuerte, es lo que cuenta.


Tuve conocimiento de su obra, fruto de su trabajo en el concilio Vaticano II, en mi juventud de estudiante inquieto en los últimos años del franquismo cuando todo olía a cambio y a revolución. En aquella época me pareció que era un pensador que marcaba horizontes alternativos, pero con el tiempo, para sorpresa de muchos, se fue convirtiendo en un "enlatador" de dogmas y normas. Su obsesión era conservar intocados e intocables todos los principios tradicionales conservados en las escrituras, en los concilios o en las normativas morales de la tradición eclesial. Ellos eran la verdad y punto. Así que se dedicó a destrozar teólogos, obispos y a algún que otro superior religioso que se atrevían a salirse de ese redil, llegando en casos a un trato inhumano y despótico desde su cátedra de inquisidor mayor de Roma.

Creo que sus años de papado han sido una losa para muchos católicos que viven a Dios comprometidos en el mundo. Ratzinger llevaba al pie de la letra la consigna "sine ecclesia nulla salus", que otros, cambiando una sola palabra, le dábamos la vuelta a la tortilla "sine mundo nulla salus". Éste hombre se encerró en su cápsula romana, adornándose como un pavo real con vestimentas propias de los Borgias y ceremonias espectaculares, mientras la corrupción, los abusos sexuales, la pérdida de fieles y el montaje de toda una mafia purpurada hacían de las suyas. Menos mal que tuvo el valor de dejar de mirar para otra parte y asumir sus limitaciones, lo que para una persona de su inteligencia le pudo estar provocando un plus de sufrimiento interno. Eso sí, dejó un pastel a su sucesor de mucho cuidado, como ya escribí en su día en dos entradas, mientras tanto él ha disfrutado de una jubilación de lujo, no sin volver a sacar su vena inquisitorial ante algunas propuestas renovadoras de Francisco -por ejemplo, el sacerdocio para hombres casados-. No me quiero ni imaginar cómo estaría la Iglesia Católica a estas horas si hubiese seguido de papa hasta su muerte, aunque probablemente le habría llegado antes porque su cuerpo ya no habría aguantado tantas tensiones. Lo dicho, descanse en paz.

                     


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