jueves, 10 de noviembre de 2011

MUCHO QUE RECORDAR, MUCHO QUE ESPERAR

Ayer María y yo asistimos al encuentro POR organizado por Gabilondo en el Campos. Nos pareció que los temas estuvieron muy bien planteados y que sobre la mesa se dejaron una serie de cuestiones, que, según él, habría que ir cocinando a largo plazo. Cualquier solución rápida o inmediatista viene a ser una herida cerrada en falso que no tardaría en supurar. Creo de todos modos que hablar de convivencia entre los vascos es hacer ciencia ficción y no sólo por el problema concreto de la violencia de ETA, sino por una cuestión histórica que casi me atrevería a considerar genética. Lo de un pueblo vasco único que necesita su independencia para conseguir su identidad, es una de ovejitas y de verdes praderas que soñó un visionario idealista y romántico y que con el tiempo se ha convertido en doctrina de fe para algunos y en un cáncer a extirpar para otros.

Los vascos hemos coexistido a lo largo de la historia, pero a esa coexistencia le falta mucho para considerarla como una convivencia en el sentido estricto de la palabra. Nos hemos mirado, y nos seguimos mirando, entre nosotros  de reojo.  Esto lo vemos reflejado en múltiples detalles de la vida diaria y, sin ir más lejos, tenemos el ejemplo de las diputaciones que van cada una a su bola, reparten codazos entre sí a diestro y siniestro y no tragan que el gobierno les diga nada. Otro ejemplo es de el de las cajas vascas, que no deja en buen lugar el sentido de pueblo único que tenemos: de fusionarse en una sola ni hablar, coexisten en una Kutxa Bank porque no les queda otra con la que está cayendo, pero cada una es dueña y señora de su territorio y que ni se lo toquen. Imaginemos que se da el referendum sobre la independencia y, como es de esperar, en cada territorio saldrían resultados distintos, no quiero ni pensar la que se podría montar si, por ejemplo, se intenta imponer a Alava la independencia por los votos de los otros dos.

Pero creo que hay otro tema más profundo. Los vascos hemos sobrevivido a grandes y sangrientas fracturas sociales a largo de la historia y los vascos de hoy estamos condenados a gestionar esa herencia en cuyo contexto está la fractura de ETA. No podemos perder en el olvido las sangrientas reyertas y el encono con que asolaron pueblos enteros las luchas banderizas. Luego esas mismas tropas eran las usadas por los reyes de Castilla de atacar al reino de Navarra, qué hacía si no Iñigo de Loyola en la toma de Pamplona. Las guerras carlistas fueron otro momento de enfrentamiento fraticida y para muestra el asedio a Bilbao. Ha resultado muy fácil para las úlitimas generaciones echar la culpa de todos nuestros males a Franco, pero quizás haya que hacer memoria de cuántos vascos estuvieron en su bando y no solo pienso en las familias de tronío Areilza, Ayala, Careaga... Las redadas y las depuraciones no las hicieron solo los que vinieron de fuera sino también los propios vascos del bando vencedor. Aquí no entraron los moros, con las tropas requetés de los navarros de Mola tuvimos bastante. También podemos recordar que hubo un número considerable de vascos en la Falange, sin ir más lejos el autor de su himno, que en el período de la dictadura actuaron como auténticos déspotas.

ETA se fraguó en este horno de venganzas y odios y absolutizó hasta la obcecación la independencia. Por eso, a pesar de que nos quiseron convencer de que su causa era noble y justa, no hicieron más que ahondar en la fractura y añadir más sangre al cuadro. Lo que empezó contra Franco y los suyos no pudo parar posteriormente con los logros de la transición porque su fragua estaba aún muy caliente y porque, a golpe de clandestinidad,  se habían roto muchos puentes con la realidad social. Ahora, tras una larga lucha porque triunfe la razón sobre la fuerza bruta, estamos asistiendo a los últimos rescoldos de esa fragua, que son parte de los rescoldos de la guerra civil y del franquismo. Claro que no cabe echar una capa de tierra encima como quien cierra los ojos para creer que lo que no se ve ya no existe, porque en esos rescoldos aún se pueden asar sardinas y nos pueden sacar unas buenas ampollas.

De todos modos, creo que saldremos de ésta, pero no para llegar a una convivencia fruto de la reconcialiación o así. Me conformo con que se restaure la coexitencia. Los vascos vamos a seguir tirándonos los trastos a la cabeza con la menor disculpa, seguirá habiendo un plus de visceralidad en los planteamientos políticos y sociales, las rivalidades territoriales no van a desaparecer... Lo único positivo es que entre esos trastos parece que ya no va a haber balas, ni bombas, ni amenazas de muerte, ni exilios. Nuestra tarea será entonces intentar no transmitir a las nuevas generaciones la misma herencia que nos está tocando digerir a nosotros y, a partir de ahí, podremos marcar un horizonte de convivencia que se me antoja un tanto lejano.